Literatura
asexual
Decir que se sale a la
escena de las letras con escasas ambiciones es en sí misma una pretensión. Tal
vez, sin alardear tampoco de concienzudos realistas, ya no se apele a la
eternidad impresa (el mundo es otro desde que se ha puesto en circulación),
pero aún no rebasan la cuenta de las manos los que se aferran a la dignidad del
anonimato; de la privacidad sin glorias o con demasía de percances que pudiesen
(una vez a la venta) opacarla.
El cruento nudo con que
la industria editorial nos premia o nos fustiga, me recuerda el juego de
opciones reproductivas de la sabia naturaleza. Como balotas (¿o bolas?) los
aguerridos y contrariados machos, vuelan o nadan, corren o se arrastran, tras
la huella instigadora de sus más bajos sueños. Si tu karma solo dio para
mantis, en serio, disfruta el momento. Si el crédito se excedió hasta traerte
hombre…bueno, los cuarenta son una época óptima para iniciarse en la
jardinería.
Para quienes hayan
olvidado las lecciones de Ciencias de la escuela (algunos de los cuales ya
serán expertos en abonos y cubiertas para invernadero), la segunda vía de
encauzar la simiente puede resultar algo más sosa. En mi opinión, también mucho
más excelsa.
La reproducción asexual
tiene una riqueza subliminal incomparable. La dirección del viento, la cantidad
de luz, la temperatura y acidez del medio, son un espectro de imprecisiones con
más propiedades beatíficas que un molotov de afrodisiacos.
Con los libros ocurre
algo muy similar. Lo que doy en llamar “literatura sexual”, deviene de una
relación eminentemente mercantil, que cuenta además con un descarado voyerista,
que de cuando en cuando, le viene bien meter la mano: el editor. Experto en
aconsejar (cuenta con más credenciales que un psicólogo), cada cierto tiempo
renueva la carta astral de nuestro placer privado, y deviene, calentito, de la
cúspide de la creatividad de un consagrado (¿?) escritor, un best-seller. Lo
compras y accedes a la violación, o te haces el hara kiry y mandas por un
tiempo al diablo a tus conocidos de las fiestas.
La literatura asexual,
por tanto, sería una especie de regresión. No hablo de un misticismo literario
o un refinamiento misantrópico que nos deje con una biblioteca de rarezas y sin
un interlocutor: hablo de la capacidad de bastarnos, de tomarnos el tiempo de
probar, gustar y decidir. La regeneración, palabra clave entre los bendecidos
asexuados, equivaldría a una amplitud de lecturas no regulada por los precios,
los catálogos o los libreros insinceros (dime qué libro recomiendas…), y sí por
nuestras apetencias, obsesiones o curiosidades. Autosatisfacción garantizada.
La literatura asexual
es la vuelta a la intimidad con el libro. Con opción de desliz.