viernes, 9 de octubre de 2015

LA HERENCIA
(Yeni Zulena Millan Velasquez)
Personajes
Don Segundo Rico, jefe de la familia, recientemente fallecido.
Doña Débora Dora de Rico, viuda de don Segundo.
Florencio, hijo de los señores Rico, pintor sin mucho prestigio.
Florencia, hija de los señores Rico, hermana melliza de Florencio, estudiante de música.
Ángel Armando, novio de Florencia, actor ocasional, vocalista de una banda desconocida.
Inocencia, empleada del servicio.
El doctor Justo Blanco, abogado de la familia.
San Pedro, encargado de las llaves del cielo.
Cándido, el perro de don Segundo.

Escenario dividido en dos cuartos por una puerta; en la porción derecha, menor que la contraria, se encuentra una cocina, en la derecha la sala de una casa de clase media- alta. En el centro de esta un ataúd y junto a él, don Segundo aparece con túnica blanca y halo mirando apesadumbrado al interior del mismo.
DON SEGUNDO: (suspirando) Ni siquiera así me veo bonito, y eso que dicen que ningún muerto es malo y que a todos se les nota en la cara la visión del paraíso…bueno, al menos Deborita supo como arreglarme para que quedara decente… tan bella, tan fiel…siempre aguantándose mis llegadas tardes después del trabajo ¡ay Deborita mía! ( Don Segundo se vuelve al escuchar el ruido de la puerta  que se abre y al ver que son su esposa, sus hijos y Ángel Armando, el novio de su hija, quienes llegan, vestidos todos de luto, va a su encuentro)
DOÑA DÉBORA: (levantándose el velo oscuro que le cubre el rostro y apoyándose en el ataúd, solloza. Don Segundo, quien la ha seguido, se acerca para abrazarla sin llegar a hacerlo. Los demás se distribuyen a lado y lado del féretro.) ¡Segundo, Segundito, por qué me dejaste!
FLORENCIO: (Se acerca a su madre y la abraza. Ella se reclina en el pecho de su hijo) Madre, cálmate por favor, no tienes por que lamentarte, siempre fuiste la más fiel y abnegada de las esposas, nunca le diste un motivo de disgusto y eso que hasta el último momento fue un gruñón…contigo y conmigo
DOÑA DÉBORA: (Apartándose de su hijo al escucharlo) ¡Calla Florencio!...al menos en este momento muestra un poco de respeto por tu padre, él te amaba, al igual que a tu hermana
FLORENCIO: (Despectivo, mirando un momento el féretro y luego volviéndole la espalda) Pues bien que lo sabía disimular conmigo…a ella en cambio (señala a su hermana) siempre le dio todo lo que se le antojaba, claro ¡Florecita, la niña de sus ojos!
FLORENCIA: (Se acerca a su hermano y tomándole de la mano le hace volverse hacia ella) ¡No deberías hablar así de nuestro padre!...acepto que a veces no era muy amable contigo, sobre todo después de que dejaste la carrera de Arquitectura y te volviste…pintor, pero él siempre te apoyó, incluso te siguió pasando la mensualidad y pagándote el alquiler, aun cuando no quisiste aceptar el trabajo que te ofreció
FLORENCIO: ¿Trabajo? ¡Ja! No me hagas reír, ¿ser mensajero en una compañía que maneja más de cincuenta obreros y produce varios millones al mes y de la que además por derecho, soy accionista? Eso no era un trabajo, era un insulto, además (dice con autosuficiencia) lo mío es el arte, algo que el viejo nunca comprendió y al parecer tampoco ustedes (sale por la puerta y su madre tras él)
(En el lado izquierdo, casi en sombras, permanece Florencia junto al féretro y Ángel Armando consolándola. En la cocina, se encuentran Florencio, Débora y don Segundo, quien los ha seguido)
FLORENCIO: (Vuelto de espaldas a Débora) déjame sólo madre…pensé que al menos en este momento estarías de mi parte, pero ya veo que otra vez me equivoqué ¡ve a consolar a tu hijita querida! ella sí te necesita
DÉBORA: (Se acerca a él y lo abraza desde atrás) Shhh…no debes ofuscarte de ese modo mi niñito, al menos no delante de tu hermana, ya sabes como es ella, además (lo hace volver hacia ella y le toma la barbilla entre sus manos) tú sabes bien que siempre has sido mi preferido, y que como tú, mi príncipe hermoso esperaba justo este momento, así que ayúdame un poco y no lo eches a perder
(Don Segundo, siempre cerca de ellos, pone más atención a la  extraña conversación)
FLORENCIO: Lo sé madre, pero ya sabes que no la soporto, siempre está provocándome, y ahora que papá ya no está, no tengo ni ganas ni motivos para soportarla más
DÉBORA: Créeme Florencio, yo siento lo mismo que tú…Florencia también es mi hija, pero a parte de el buen gusto y la justa belleza, no tiene nada de mí…por eso debemos estar unidos en este momento, para no dejar que ella se lleve la mejor parte de… (Don Segundo se acerca aún más aguardando la revelación de lo que sospecha)
INOCENCIA: (Entra cargando un perrito) Ay citico mi Cándido, ¡ya huerfanito se quedó!
DÉBORA: ¡Pero que hace Inocencia! cuántas veces le tengo que decir que no me meta a ese…a ese chandoso a la cocina
INOCENCIA:(tratando de ocultar al perrito) misiá Débora, perdóneme, pero es que el animalito también esta triste, imagínese que no hace sino gemir y gemir, como que ya se dio cuenta de lo de don Segundo y me dio pesar dejarlo solito en su pena (don Segundo se acerca a Inocencia y mira piadosamente a ella y a Cándido )
DÉBORA: Que pesar ni que ocho cuartos ¡señor dame paciencia para aguantarme esta india!...mire, haga algo, barra, limpie, pro-duz-ca que para eso se le paga
(Suena el timbre de la puerta, todos se ponen atentos, en silencio, pero nadie abre)
DÉBORA:( Reaccionando al fin y dirigiéndose a Inocencia) Y usted qué
INOCENCIA: Qué de qué o qué
DÉBORA: Por qué sigue ahí parada
INOCENCIA: Pues como usted me estaba dando tanta instrucción misiá Débora…perdón doña Débora, ya no sé ni a que atenderle
FLORENCIO: Mire Inocencia, por ahora, vaya y abra la puerta que debe ser el doctor Blanco
DÉBORA: (notoriamente interesada cambiando de semblante y componiéndose el vestido y el peinado) ¿el doctor Justo Blanco? ¿Nuestro abogado, bueno, al abogado de tu padre?
FLORENCIO: El mismo. Hace un rato hablé con él y me dijo que llegaría lo más pronto posible… para organizarlo todo (don Segundo mira a su hijo y a su esposa desconcertado)
DÉBORA: Pero que hubo ¡muévase Inocencia que se petrifica!
(Inocencia cruza la puerta aún con el perrito en brazos. Se enciende la luz de la sala y mientras ella se mueve, los demás, incluyendo a don Segundo se van acercando a la puerta tras ella)
 INOCENCIA: (asomándose primero por el ojo de buey, luego por una ventana y abriendo al fin) Ay dotor ¡se nos fue don Segundito!
ABOGADO: (entra y trata de consolar a Inocencia que parece a punto de echarse a llorar) Tranquila Inocencia, Segundo está ahora en un mejor lugar, pero eso no quiere decir que haya dejado desamparados a ninguno de los suyos, para eso estoy aquí, para cumplir con lo que él deseaba respecto a ustedes
DÉBORA: (interponiéndose entre el abogado e Inocencia) Doctor Blanco, que pena con usted, tener que aguantarse las insolencias de esta…empleada… (Lo toma del brazo y lo hace avanzar unos pasos) pero siga por favor, díganos ¿cuál es el asunto que lo ha traído hasta aquí? En este momento tan doloroso, sus  palabras y su presencia nos resultan consoladoras
 ABOGADO: (deshaciéndose de la mano de Débora y tomando distancia) Pues vera usted, señora Débora Dora, el asunto que reclama mi presencia en su hogar, además de acompañarlos en el duro trance que significa la partida de don Segundo, que además de mi cliente, ante todo fue siempre mi amigo… (Don Segundo mira al abogado afectuosamente tras oír sus palabras y le da un palmadita en el hombro)
INOCENCIA:( Interrumpe) Alma bendita, Dios lo tenga en su Santa Gloria
FLORENCIO: Amén, Inocencia, amén… puede continuar doctor, por favor
ABOGADO: Como les decía, el motivo de mi visita se debe a que don Segundo, consciente de que su salud venía quebrantándose desde hace algunos meses…
INOCENCIA: (interrumpe)Yo si le decía al patroncito que esa tos, era pura tos de perro… ese sereno de la noche que le caía, cuando la acompañaba a usté misiá Débora al tal club, no le iba a traer nadita bueno, pero usted siempre se lo arrastraba y ya ve, ni porque se la hubiera rayado…
DÉBORA: ¡Inocencia, Inocencia! ¿Por qué mejor no le trae un cafecito al doctor Justo y aprovecha también para darle de comer al…perrito?
 INOCENCIA: ¿Cafecito dotor?
ABOGADO: Sí, Inocencia, muchas gracias
INOCENCIA: Con su permiso
DÉBORA: Siga, siga y acuérdese de llevar al chan… al perrito (Sale Inocencia con el perrito y entran en la cocina) prosiga por favor doctor
ABOGADO: Sí claro señora Débora…aunque si gusta podemos dejar este asunto para otro momento, comprendo su dolor, está tan reciente la muerte de don Segundo…
DÉBORA: Noooo…no, no, no se preocupe por mi doctor, usted vino para cumplir las disposiciones de mi difunto (solloza) de mi amado esposo, y no quiero, no queremos abusar de su tiempo, usted un hombre tan ocupado tomarse semejante molestia…por favor, díganos, ¿qué es lo que Segundito le encomendó hacer en su ausencia?
ABOGADO: Bueno, ya que usted me lo pide, se lo diré señora Débora: se trata del testamento
(El resto de los presentes se miran entre sí en principio notoriamente interesados, casi felices y luego tratando de disimularlo, retornan a su tristeza anterior)
DÉBORA: (Llevándose las manos al pecho, aparentemente conmovida, suspira) Segundo, Segundo mío, ni siquiera en tus últimos momentos te olvidaste de nosotros… ¿Y qué dice el testamento, doctor?
ABOGADO: Eso no lo puedo revelar, sino hasta que usted misma me lo autorice ¿quiere hacerlo en este…?
DÉBORA: (interrumpe con notoria prisa) Claro doctor, lo autorizo
ABOGADO: Muy bien (empieza entonces a buscar el documento en el interior de su portafolio, pero tras un momento vuelve a cerrarlo)
DÉBORA: ¿Pasa algo doctor?
ABOGADO: Así es…discúlpeme señora Débora, creo que olvide el documento en mi despacho, si quiere puedo regresar mañana o si lo prefiere podría ir ahora por él…pero me apena tener que hacerlos esperar, con este tráfico…
DÉBORA: Tranquilo doctor, tómese usted el tiempo que necesite, nosotros  lo esperamos
ABOGADO: Está bien, trataré de volver pronto, permiso (sale de la escena)
FLORENCIA: Madre, no entiendo tu premura respecto a ese dichoso testamento…sabes bien que mi padre no te dejaría desamparada, ni a ninguno de nosotros
FLORENCIO: Ni a ti, querrás decir
ÁNGEL ARMANDO: Florecita, tranquila, no tienes porque cuestionar a tu madre…ella simplemente quiere asegurar tu bienestar y el de mi cuñado
DÉBORA: Así es mi chiquita  (se acerca a Florencia y la atrae contra ella. Mientras tanto, le hace un guiño a Ángel sin que sus hijos lo noten. Don Segundo la mira incrédulo)
FLORENCIO: ¡No me aguanto este circo! (camina rumbo a la cocina) me avisan en cuanto llegue el doctor Blanco
ÁNGEL ARMANDO: Yo también las dejo solas para que hablen; además necesitó un buen café (entra en la cocina detrás de Florencio)
FLORENCIO: ¿Qué haces tú aquí?
ÁNGEL ARMANDO: (Se le acerca y le toma la mano. Florencio deja que lo haga, pero lo mira indignado) No te pongas así conmigo corazón (le acaricia el rostro y Florencio cede un poco en su actitud) tu hermana es una malcriada y la mejor manera de controlarla es estar siempre cerca de ella ¿no querrás que en una de sus pataletas convenza al abogadito ese de que es ella quien se merece la mayor parte de la herencia?
FLORENCIO: No, claro que no…es sólo que me enferma tener que verla contigo  todo el tiempo
ÁNGEL ARMANDO: Lo sé, lo sé…créeme, yo tampoco lo disfruto mucho, pero tú sabes que ya queda poco tiempo…sólo el suficiente para desplumarla  e irnos juntos…
FLORENCIO: ¿A Paris, cómo lo planeamos?
ÁNGEL ARMANDO: A donde tú quieras
(Se abrazan y cuando están a punto de besarse, entra Inocencia que se queda mirándolos consternada)
FLORENCIO: (Separándose de Ángel con rapidez) ¡Y usted que mira!, mejor prepárenos un café a mi y a mi cuñado… y a ver si lo hace rápido, no como el del doctor Blanco, con el que nunca apareció
INOCENCIA: (Empezando a buscar los utensilios para hacer el café. Susurrando) Las cosas que a una la toca ver…
ÁNGEL ARMANDO: ¿Qué dice?
FLORENCIO: No le prestes atención, mejor vamos a acompañar a mi madre y a mi hermanita, que ya de viejos fisgones, con mi padre tuve suficiente…nos lleva el café (salen de la cocina y entran en la sala)
INOCENCIA: Citico Don Segundo, con esa fiera de mujer que le tocó y ahora también el hijo le sale con esas…con razón no le tenía cariño, ni a ese, ni al zángano cari bonito de su yerno,  que de Ángel no tiene sino el nombre (en ese momento se escuchan los ladridos de Cándido) ¡Y usté Cándido que tampoco ayuda! Siga así, y verá que nos sacan a la calle a los dos (ladra de nuevo) a ver que es lo que quiere mi mimadito (sale)
(En la sala)
DÉBORA: (Sosteniendo a Florencia que parece querer desmayarse) Angelito, por favor, llévala a la cocina y que Inocencia le prepare una de esas aguas que ella hace
ÁNGEL ARMANDO: (Abrazándola mientras Florencio le acaricia por la espalda. Don Segundo los mira asombrado) Claro doña Débora… ¿Seguro que puedes caminar Florecita?
(Florencia asiente y van hacia la cocina. Don segundo sale tras ellos, preocupado)
ÁNGEL ARMANDO: No, y ahora que se hizo tu empleada
FLORENCIA: Tranquilo mi bombón, no tengo nada, lo único que quería era quitarme de encima a mi madre que parece un pulpo y casi me asfixiaba…y ya necesitaba estar contigo… a solas (se le abraza a cuello y empieza a besarlo apasionadamente)
ÁNGEL ARMANDO: Espera, espera, ya tendremos mucho tiempo para eso… hay que guardar las apariencias…al menos hasta que se lea el testamento y tú y yo al fin podamos estar juntos, felices, sin tener que preocuparnos por nada
FLORENCIA: Apariencias… ¡ya estoy cansada de guardar las apariencias! …ante mi padre siempre tuve que ser la niña buena, la mejor estudiante, inocente, tonta, virgen…jeje…virgen  (dice mirando maliciosamente a su novio) menos mal nunca se enteró de que tú y yo… (Don Segundo mira a su hija incrédulo y apesadumbrado)
ÁNGEL ARMANDO: Shhh…cuidado Florencia, recuerda que las paredes y las empleadas tienen muchos oídos
FLORENCIA: No te preocupes mi chu-pe-te de fresa…como mínimo, la eficiente de Inocencia debe estar ocupándose del garosito ese que papá adoptó, y que quería más que al pobre de Florencio (ríe burlonamente) ¡ay mi hermanito el artista!…si hubiera sido más inteligente y le hubiera seguido la corriente a papá, seguramente habría conseguido sacarle más dinero…así como lo hicimos nosotros
ÁNGEL ARMANDO: ¿Tú crees que nunca llegó a sospechar? (Don Segundo se acerca para escuchar la conversación que ahora toma un tono confidencial)
FLORENCIA: No, no lo creo…papá siempre fue un tanto ingenuo, demasiado diría yo; nunca se le ocurrió averiguar si de veras yo estaba asistiendo a la universidad…además nuestros amigos siempre eran la mejor coartada
ÁNGEL ARMANDO: (Ríe) sí, era lo mínimo que podían hacer por ti, por nosotros, además las fiestas que hacíamos con la plata de tu semestre ¡que fiestas!
FLORENCIA: Sí…pero las mejores eran las privadas…solos tú y yo (se le acerca de nuevo a Ángel y él se deja llevar por la situación. Don Segundo mira apesadumbrado e incrédulo a su hija)
INOCENCIA: (Entra, se queda observándolos con los ojos muy abiertos y se santigua, carraspea para anunciar su presencia) Ave María purísima ¿la niña Florencia necesita algo?
ÁNGEL ARMANDO: (Simulando que la sostiene y Florencia fingiendo un desvanecimiento) Pues claro que necesita algo ¡no ve!, traiga una silla, prepárele algo  una aromática, un té ¡pero ya!
INOCENCIA: Espere tantico joven (sale un momento y aparece con una silla) Siéntela aquí que ya le hago una agüita de canela para volverle los colores, pero usted debía de llamar al médico por si la niña se pone más malita
ÁNGEL ARMANDO: No diga eso Inocencia ¡no sea paranoica!, lo que Florecita tiene es estrés, sólo eso
INOCENCIA: Luego no diga que no se lo advertí
(Ángel Armando mira a Florencia que le guiña el ojo  indicándole que le siga la corriente a Inocencia y luego sale tras hacerle gestos a la empleada que se encuentra de espaldas, como si tuviera la intención de estrangularla)
INOCENCIA: (Con un pocillo en una mano y con la otra sosteniéndole la cabeza a Florencia) Tómese el agüita niña, con esto se va a sentir mejor, mire que hasta su padrecito lo decía
FLORENCIA: (Empezando a sorber sin mucha convicción) Gracias Ino
(Sala)
ÁNGEL ARMANDO: Inocencia dice que deberíamos llamar al médico
FLORENCIO: Por Dios, nos es para tanto, a mi hermana siempre le ha gustado el drama y este no es otro más que uno de sus showsitos para llamar la atención
ÁNGEL ARMANDO: Díselo tú a Inocencia, ella es la que está insiste en que Florencia está a punto de acompañar a don Segundo
DÉBORA: Por favor Ángel Armando ¡no digas eso ni en broma!, ya suficiente dolor tengo con la falta que me hace mi Segundo…ve Florencio, dile a Inocencia que se tranquilice, que lo de tu hermana no es nada serio, y que de ser preciso mañana yo misma la llevo al médico
 FLORENCIO: ¡Pero mamá!
DÉBORA: Ve, hazme caso (Florencio enfurruñado va a la cocina)
DÉBORA: Cuidadito con esos mareos Angelito, yo no pienso convertirme en abuela, no estando tan joven aún, y menos si el padre de ese…mocoso, eres tú
ÁNGEL ARMANDO: (Tomándola en sus brazos arrebatadamente) ¿qué, mi devoradora está celosita?
DÉBORA: (Intentando desasirse medio en serio medio en broma) ¿cómo te atreves? (Ángel la besa en el cuello) además esa niña no es competencia para mí, no me da ni a los pies ¿o es qué piensas lo contrario?
ÁNGEL ARMANDO: Para nada mi pantera, ella apenas ronronea, en cambio tú…
DÉBORA: Yo…vamos dilo, dilo mi angelito
ÁNGEL ARMANDO: Tú ruges mi pantera (don Segundo, quien había estado durante ese rato con su hija, entra y al ver aquella escena, se acerca a los amantes y enfurecido trata de golpearles, claro está sin conseguirlo)
FLORENCIO: (Desde la cocina) ¡Madre!
DÉBORA: (acomodándose el vestido y desasiéndose de Ángel Armando) Pero este bendito día es el de los inoportunos ¡que ocurre hijito!
FLORENCIO: ¡Ven por favor! A Inocencia se le olvida quien es la que manda en esta casa
(Débora y Ángel se miran como consultando que hacer, se encogen de hombros y van hacia la cocina)
DON SEGUNDO: (A solas, en el centro de la sala, delante del féretro) ¿Pero cómo es posible que no me haya dado cuenta?...bien me lo dijo mi madre cuando le presenté a Débora ¨esa no es Débora sino Víbora¨…. cuanta razón tenía mi viejecita y yo que no la escuché…y estos hijos, que de mí no sacaron sino el apellido y el dinero que yo tan tontamente les entregué…igualitos a su madre ¨Cría cuervos y te sacarán los ojos¨…pero ya que, el muerto al hoyo y el vivo al baile, pero esta jauría ni siquiera esperó hasta enterrarme para empezar a celebrar…si tuviera la oportunidad los dejaría con los crespos hechos y sin un centavo de la herencia, pero cómo ¡cómo!
(Sobre don Segundo, se enciende una luz blanca y de ella al parecer sale una voz)
SAN PEDRO: Segundo Rico…no me lo esperaba de usted, siempre fue en vida un alma sosegada, pacifica, nunca nos dio que hacer: esposo fiel, padre amoroso, jefe honrado y justo, ciudadano intachable ¿a que debemos tanto alboroto ahora que está  a un paso del paraíso?
 DON SEGUNDO: (un tanto apenado ante el comentario) Usted me perdonará señor San Pedro, pero ante lo que he visto hoy, estoy que me llevan los diablos ¡si no es que yo mismo me vuelvo uno y me arrastró a todos los que están en esta casa!...bueno, no a todos, ni a Inocencia que es tan santa como usted, ni tampoco a mi fiel Cándido, que fueron los dos únicos a quienes si les dolió mi muerte
SAN PEDRO: ¡Calma, calma Segundo! ¿No ve que Dios puede escucharle y tomándole como hereje cambiarle el pasaje y mandarlo a usted derechito para donde…usted y yo bien  sabemos? …piénselo usted mejor, y a lo mejor entre ambos le encontramos una solución a este asunto
DON SEGUNDO: (Se queda pensando en silencio por unos momentos, tras los cuales, la cara se le ilumina, como si le hubiese surgido una idea) Lo tengo… ¿me concedería usted cinco minutos, sólo cinco minutos más entre los mortales?
SAN PEDRO: No, no, no, nada de apariciones, eso no trae buenos resultados, ni tampoco buena fama para los que estamos de este lado, aunque…me intriga ¿con qué fines usaría esos cinco minutos don Segundo? Sólo por curiosidad… aquí en el cielo todo es tan predecible, que a veces necesitamos un poco de ese picante que le ponen los humanos a sus cosas
DON SEGUNDO: Le aseguro que no es para nada malo, señor San Pedro; simplemente quiero despedirme personalmente de mi familia, usted sabe, la última vez, antes de la eternidad…
SAN PEDRO: (Al parecer duda) mmmmm, no lo sé, parece un deseo inofensivo, no causaría ningún mal ¿verdad?
DON SEGUNDO: ¡Por supuesto que no!, no voy a arriesgar mi entrada al cielo, tanto que me costó
SAN PEDRO: Bueno, esta bien, se los voy a conceder ¡pero debe prometer que no se lo va a decir a ninguna otra alma! Luego ya todos van a querer lo mismo y se forma el desbarajuste
DON SEGUNDO: Prometido, mi boca está sellada, como una tumba (ríe)….muchas gracias señor San Pedro
SAN PEDRO: En usted confío, espero verlo pronto y sin ninguna novedad, me voy porque ya hay una fila larga de almas ante las puertas y quieren armar revuelo ¡hasta luego Segundo!
DON SEGUNDO: Hasta luego señor (la luz se apaga) ahora sí se van a llevar un buen susto… no lo van a olvidar jamás
DÉBORA: (entrando, mientras mira hacia la cocina) ¡Esta bien, esta bien!  Usted quédese aquí  en la casa a esperar al doctor Blanco que nosotros nos hacemos cargo…  ¡Que india tan terca!
FLORENCIA: (Entre Ángel y Florencio, que le ofrecen apoyo mientras ella se rehúsa) Mamá, estoy bien, no necesito ningún médico
DÉBORA: Eso no es lo que cree Inocencia,  ¨tu nana¨, y es mejor llevarle la corriente, ya ves como el doctor Blanco le hace caso…y no hay que correr riesgos
FLORENCIO: Al menos debemos simular que le hicimos caso para dejarla tranquila…y también para que nos deje tranquilos…brrrrr (tirita de pronto) que frío hace aquí adentro, ¿no lo sienten?
DÉBORA: Ahora que lo dices sí…pero es sólo aquí, en la sala, en la cocina el clima estaba normal, tan agradable como Inocencia lo permitía… ¿Será que tu padre…?
FLORENCIO: Ay no mamá, no vayas a empezar con tus supersticiones
FLORENCIA: ¿Y qué tal si mamá tiene razón?...si papá estuviera aquí, escuchándonos, viéndonos…
FLORENCIO: Fisgoneando como siempre (Todos empiezan a mirar nerviosamente a su alrededor. De repente, la puerta de la cocina que había quedado entrecerrada, se cierra con un fuerte golpe y el viento empieza a aullar. En medio de la confusión, Débora se abraza con Florencia y Florencio con Ángel, luego Débora con Ángel y Florencia con Florencio hasta quedar finalmente, Débora abrazada con su hijo y Florencia con su novio)
FLORENCIA: Escucharon eso
ÁNGEL ARMANDO: (nerviosamente) ¡Claro que sí Florecita, ni que estuviéramos sordos!
FLORENCIO: (tratando de parecer tranquilo) Calmémonos, no hay porque alarmarse…ha debido ser Inocencia y su manía de andar azotando las puertas…es más, ya mismo la voy a poner en su sitio (se acerca a la puerta, pero al intentar abrirla, no lo consigue, pues Don Segundo la sostiene) está vez la hizo buena…debió trabar la cerradura y ahora encima tendremos que buscar un cerrajero
DÉBORA: (acercándose a su hijo) ¿Estás seguro que sólo es la cerradura?
FLORENCIO: Obviamente es la cerradura ¿Qué más podría ser…?  (En ese momento, Don Segundo toma por la oreja derecha a Florencio y se la hala, haciéndole doblar la cabeza a un lado) ¿Pa-pá…?
DÉBORA: ¿Qué has dicho? (Don Segundo se acerca a Débora y tomándola desde atrás por la cintura la da un beso en el cuello) ¿Se-Se-Segundito?
ÁNGEL ARMANDO: (con la voz algo amanerada, debido a la angustia) ¡No más, no más! (Todos lo miran extrañados. Al darse cuenta de su traspié, trata de remediarlo) ¿no ven que están asustando a mi Florecita?
FLORENCIA: Papito ¿eres tú? (Don Segundo se acerca a la pareja y los separa con brusquedad)
ÁNGEL ARMANDO: (Sin conseguir disimular más su verdadera condición) ¡Ay no, ay no, lo que soy yo, me largo de aquí (corre hacia la puerta principal y trata de abrirla, pero Don Segundo se lo impide y en cambio le propina una bofetada que lo lanza al piso a los pies de Florencia) ¡Ay no Don Segundo, a mi no me haga nada!...lléveselos a ellos, ellos sí son su familia, yo sólo soy un aparecido, un advenedizo como usted decía…!
FLORENCIA: ¡Pero que dices, te  has vuelto loco o qué!
DÉBORA: Más bien loca (comenta Débora mirándolo entre dolida y asustada)
FLORENCIO: (Se acerca a Ángel y le ayuda a incorporarse) ¡Basta!, déjenlo en paz, todo esto es producto de ésta situación descabellada…y tú, papá, si es que en verdad te crees lo suficientemente valiente para molestarnos con tus patéticas bufonadas de fantasma, ¡muéstrate de una vez y dinos lo que quieres! ( Ante las palabras de Florencio, Don Segundo cierra un momento los ojos con fuerza y luego aparece bañado de una luz blanca, lo que lo hace visible ante todos los presentes, que se quedan viéndolo con ojos desorbitados, a tiempo que todos juntos caen de rodillas)
DÉBORA: ¡Segundo!
DON SEGUNDO: (avanzando unos pasos hacia ellos) Sí, Segundo, Segundo Rico Plata, tu esposo, el padre de esos hijos (los señala) el mismo que tú traicionabas con este (señala a  Ángel) pelafustán, zángano, y encima mar… amanerado de poca monta y menos talento (se acerca tanto a Ángel Armando, que este emite un grito ahogado, corre  hacia el féretro para tratar de evitarlo, pero tropieza, se golpea la cabeza y cae)
FLORENCIO, FLORENCIA Y DÉBORA: ¡Angelito!
DON SEGUNDO: ¡Nadie se mueve de aquí! Ese payaso sólo se desmayó del susto y ya se despertará…Florencia, Florecita (se acerca a su hija) ¿por qué me engañaste de esa manera? Yo que te defendí incluso de tu madre, cumplí cada uno de tus caprichos e incluso permití que te metieras con ese cantante de pacotilla que ni un hombre es… ¡Por qué! (Florencia abre la boca, tratando de articular palabra, pero no lo consigue, y de la impresión cae entre su hermano y su madre)
FLORENCIO: ¡Hermana!
DÉBORA: ¡Hijita!
DON SEGUNDO: Y tú, tú Florencio, soberbio, desagradecido ¿qué hice mal contigo Florencio? ¡Dímelo! Siempre esperé que en mi ausencia tú tomarías mi lugar en los negocios y como jefe de la familia…pero ni para eso serviste, ¡eres el hijo más vil y egoísta que ningún padre podría desear! (En ese momento toca a su hijo, el cual se ha ido poniendo en pie mientras lo escucha, pero tras el contacto, Florencio se desploma)
DÉBORA: ¡Mi príncipe!... ¡basta ya Segundo, tú estás muerto, vete y déjanos en paz a tus hijos y a mí!
DON SEGUNDO: (encarándose con su esposa) Sí, claro, claro, y también a tú Angelito ¿verdad?... ¡pues no! Si en vida me dejé manejar a tu antojo y siempre fui el borrego de ti y de tus vástagos ¡en muerte me rebelo y a ver si me lo impides!
DÉBORA: (solloza visiblemente asustada mientras Don Segundo la rodea) ¡Que es lo que quieres! ¡Dímelo ya Segundo!
DON SEGUNDO: He venido por todos ustedes, creyeron que se iban a quedar con las manos llenas y sin el viejo gruñón y despreciable ¡el paraíso! No, no Deborita mía, tu deber como la esposa fiel que eres, es acompañarme a donde yo te lo pida…incluso más allá de la muerte (Se le acerca y la besa en los labios. Ella se debate un momento y luego languidece hasta perder el sentido) Débora, Débora (la mueve pero ella no reacciona) mira que este teatrito no te servirá de nada, no te servía en vida, ahora… (Se inclina sobre el pecho de su esposa auscultando su pecho, y tras un momento abre los ojos asustado, llevándose las manos a la cabeza) ¡Ay Dios! Se me fue la  mano, creo que ahora sí la maté… ¿Será que los demás también…? (Uno por uno, Don Segundo ausculta primero a Florencio, luego a su hija y por último, casi con asco, a Ángel Armando. Al terminar,  llega de nuevo al centro de la sala y camina arrastrando los pies, visiblemente preocupado) ¡Los maté! ¡Y ahora qué hago!…ya me lo que decía San Pedro , ahora me voy a ir con todo y ellos al mismísimo infier…pero no, tengo aún un minuto más…tengo que hacer algo bueno, a ver si al menos no se me va tan hondo o me tocan menos años… lo tengo ¡el testamento! …a ver si esta vez sí se me dan los milagros (cierra de nuevo los ojos con fuerza y tras unos segundos, la luz que lo cubría, se  apaga) bueno ya está hecho, esto de la ubicuidad tiene sus ventajas, a ver que dice…            (Aparece de nuevo una luz, pero ésta vez es San Pedro)
SAN PEDRO: Ahora sí cuénteme, como le… ¡pero qué ha pasado aquí! ¡Que hizo usted Segundo!
DON SEGUNDO: Mire señor San Pedro, yo no sé ni como explicarle, ni yo mismo me lo explico…son de esas cosas que pasan y yo…
SAN PEDRO: Pero como me va a decir eso Segundo ¿Y ahora yo que hago? ¿Cómo le explico a Dios, que por cumplirle la última voluntad a un alma, terminé cortándole el hilo a otras cuatro? No, no, no…mejor dicho Segundo, espéreme un segundo a ver que puedo hacer ( la luz se apaga un momento y Don Segundo se queda esperando con cara de desahucio; tras unos momentos vuelve a encenderse) al parecer, el asunto es menos grave  de lo que me imaginé…su esposa moría un mes después a causa de un disgusto que le causaba su hijo y su yerno o su hija y su yerno…ay estos escribanos son un total enredo…y sus hijos… ¡ah! fratricidio entre ambos, por una herencia o un novio…definitivamente, que enredo…y el novio éste moría en un robo cuando iba a retirar un dinero en compañía de su… Dios como permites esto…bueno, en cualquier caso, Segundo, su culpa disminuye antes estas circunstancias, pero no lo exime totalmente, por lo cual será remitido, de forma inmediata e irrevocable al purgatorio, gracias también a lo de su buena obra de última hora
DON SEGUNDO: ¿Lo del testamento?
SAN PEDRO: Eso mismo…pero bueno, no más dilaciones, dele una última mirada a este mundo terreno y prepárese para el viaje, que no será muy cómodo, pero es mejor que lo que ya sabemos
DON SEGUNDO: (se acerca al féretro, mira al interior, sonríe y le da tres golpecitos) Fue bueno mientras duró…señor San Pedro (dirigiéndose a la luz) le encargo mucho a Inocencia y a mi Cándido
SAN PEDRO: No sé para que me lo pide, si usted ya hizo la mayor parte de ese trabajo
DON SEGUNDO: Pues sí, pero en este mundo de vivos, nunca se sabe lo que puede ocurrir
SAN PEDRO: Pierda cuidado; usted y yo no somos los únicos que les tienen puesto un ojo encima a ellos dos siempre…ahora apúrese,  ya es hora (Don Segundo mira a su alrededor una última vez, se encoge de hombros y mueve la mano en señal de despedida a los que quedan tendidos en la sala. Las luces se apagan un momento y Don Segundo sale de la escena)
(Suena varias veces el timbre de la puerta, se enciende primero la luz de la cocina e Inocencia sale de ella siempre llevando a Cándido en sus manos para ir a atender)
INOCENCIA: ¿Y esto? (tantea en la pared buscando el interruptor) es que definitivamente no… ni siquiera fueron capaces de dejarle una velita a Don Segundo para que no se quedara a oscuras y encima se fueron todos y lo dejaron aquí solito, pobrecito (al fin lo consigue y al verlos a todos tendidos se recuesta en la puerta impresionada, a punto del desmayo) ¡Virgen Santísima! (nuevamente suena el timbre e Inocencia mira hacia la puerta y luego hacia el suelo varias veces sin decidirse. Finalmente, muy despacio, evitando pisar a los ¨desmayados¨, llega hasta la puerta) ¿Quién es?
ABOGADO: (desde el otro lado) Soy yo Inocencia, Justo, el abogado de don Segundo ¿podría abrirme por favor? (Inocencia abre la puerta muy despacio)
INOCENCIA: Menos mal es usted dotor…sino quien sabe
ABOGADO: Por qué dice eso Inocencia ¿ocurre algo? (Inocencia le hace un gesto con la cabeza al abogado para que se fije en la escena en el suelo detrás de ellas)
ABOGADO: ¿Qué pasó aquí Inocencia?
INOCENCIA: Eso mismito me pregunto yo… ¿no será que se…?
ABOGADO: No diga eso Inocencia, eso sí sería una tragedia… una familia ejemplar, unida, casi perfecta como la de don Segundo, no podría terminar de este modo
INOCENCIA: Nunca se sabe dotor…las cosas que una ve (el abogado pone expresión de que reprueba lo que insinúa Inocencia y con mucho cuidado ausculta uno por uno a los yacientes. Luego, extrañado y casi resignado, vuelve al lado de Inocencia)
ABOGADO: Pues tenía usted razón; efectivamente, todos han fallecido, aunque aun no me explico las circunstancias (suspira apesadumbrado) bueno, creo que mi deber, mi último deber para con ellos, es organizar el sepelio…es lo menos que puedo hacer (se dispone a salir nuevamente, cuando cae en la cuenta de él documento que ha tenido todo el tiempo en su mano derecha) casi lo olvido…aunque ya ni viene al caso
INOCENCIA: ¿Y ese papelito? Ah era eso lo que tenía tan alborotados a todos estos…a los patroncitos, que Dios los tenga en su gloria (y en tono bajo) o al menos los perdone
ABOGADO: (mira extrañado a Inocencia) Sí, debe ser el mismo; se trata del testamento de don Segundo
INOCENCIA: Con razón tanta alharaca…citico don Segundo ¿y  a quién le habrá dejado todas sus cositas? Y hartas que deben de ser, porque con lo que ese santo varón se mataba trabajando… ¿usted sabe dotor?
ABOGADO: Sí Inocencia, yo mismo redacté ese documento según lo dispuesto por don Segundo
INOCENCIA: Y no será que le pue…que le podemos echar un ojito, un segundito no más, para saber si de pronto don Segundito me tenía entre sus afectos
ABOGADO: (Sonríe ante la insinuación) Sí, supongo que ahora que no hay nadie más que lo escuché o quiera oponerse… (Sostiene el documento y empieza a leer con propiedad. Inocencia escucha atentamente) Yo, Segundo Rico Plata, dispongo la distribución de mis bienes de la siguiente manera (en ese momento el abogado se detiene y mira hacia el papel extrañado, casi sin creer lo que dice éste) no puede ser…ésta cláusula no estaba aquí
INOCENCIA: ¿qué?
ABOGADO: Inocencia, según lo consignado en la última parte del testamento, la cual no recuerdo haber redactado y que dice lo siguiente ¨en caso de que ningún miembro de mi familia subsista al momento de mi muerte ¨,lo cual aplica en este caso pues a parte de los presentes, don Segundo no contaba con ningún otro familiar, ¨sólo una persona, podrá disponer de la totalidad de mis bienes, mi más fiel servidora, quien por tanto, deberá  seguir cuidando, como hasta ahora, de mi  fiel compañero, Cándido¨
INOCENCIA: (Apretando  a Cándido contra su pecho, tanto que éste gime y ella los suelta un poco) Cándido…dotor, entonces yo…
ABOGADO: Sí Inocencia, usted es la legítima heredera de don Segundo…usted y Cándido, claro está (Inocencia abraza de nuevo a Cándido, luego al abogado y finalmente se pone a bailar con Cándido. Al volver a recordar la situación, se echa de pronto a llorar) ¿pero qué le pasa ahora Inocencia?
INOCENCIA: Ay dotor, es que yo aquí celebrando y mi patroncito ahí, en la caja todavía
ABOGADO: No tiene porque apenarse, yo comparto su dolor, pero también entiendo su alegría, Inocencia… ¿Por qué mejor no me ayuda a ocuparme de el asunto más inmediato y luego yo me encargo del suyo?
INOCENCIA: (enjugándose) Mande usted dotor
ABOGADO: Por lo pronto, necesito que se vista para el funeral de don Segundo y llame a la funeraria, yo me encargaré mientras tanto de tramitar cuanto refiere a sus demás familiares
INOCENCIA: Con permiso dotor
ABOGADO: Siga  Inocencia
 (En la sala de la casa, ahora en orden, hay un par de maletas y una bolsa para mascotas; la puerta de la cocina se abre y aparece Inocencia, con traje nuevo, completo y muy colorido, apropiado para un viaje al mar y entre sus manos lleva a Cándido, al parecer recién salido de la peluquería)
INOCENCIA: Ay mi Candidito guapetón ¡mire no más como nos cambió la vida de un día para otro!...o de una semana a otra más bien (levanta en alto a Cándido y da vueltas con él) pero bien merecido nos teníamos este gustico…después de tanta vida de perros…jejeje…de perros… porque eso era lo que nos hacía pasar doña Débora, que en paz descanse, ah (suspira) el que si hace una falta es don Segundito… él también habría tenido que venirse con nosotros a este viaje a conocer el mar, tanto que decía que le gustaba, cuando se quedaba mirando lelito el televisor… ¿ se acuerda mi Cándido lo que decía? ¨algún día, Ino, algún día¨ y ya ve, se lo llevó Diosito antes de que se le cumpliera el deseo, aunque… ¡a lo mejor desde allá se ve todo más clarito y más bonito, al fin al cabo es el cielo!, quién sabe…hasta puede que  don Segundo nos haya salido adelante y ya lo conozca, o hasta allá arriba tengan un mar más bonito…quién sabe Candidito, pero bueno, ya lo sabremos cuando nos llegue la hora y entonces le vamos a chicanear a don Segundo nuestro paseo y también a agradecerle por ser tan bueno con nosotros… ¿listo para irse mi Cándido? (Cándido ladra alegremente en señal de asentimiento) pues entonces no se diga más (Inocencia le da un beso a Cándido y le deposita en la bolsa para mascotas) ¡ váaaamonos! ( le echa una última mirada a la casa, toma las maletas y sale)
FIN



Extracción de la prenda de la locura

EXTRACCIÓN DE LA PRENDA DE LA LOCURA
(Teatro del absurdo)
(Yeni Zulena Millan Velasquez)

Personajes

Mefistófeles, clérigo recién llegado de la India, que viene a predicar una nueva orden religiosa; muy dado a la bebida y a costumbres licenciosas.
Sor Teresita, religiosa joven, curiosa e ingenuamente sensual.
Don Cástulo, hombre maduro, cristiano, con un matrimonio poco feliz y poseedor de una considerable riqueza.
Rasputín, doctor, alquimista y mago ocasional, de notable avaricia, que receta la vida libertina como remedio contra muchos males.



ESCENA I
(De madrugada, Sor Teresita se encuentra durmiendo en el suelo, de espaldas al público. Lleva el hábito un tanto recogido, por lo que se advierten sus medias oscuras sostenidas por ligas rojas. De pronto, aparece en escena el clérigo Mefistófeles, quien se tambalea ligeramente como si estuviera alicorado; no sigue de largo como parecía ser en principio su intención, sino que se queda mirando las piernas de la religiosa y luego el libro rojo que trae en su mano izquierda, mientras bebe de la botella que trae en la mano derecha, de cuando en cuando. Después de unos minutos de continuar con la misma observación, su rostro se ilumina, asiente como quien de repente comprendiera una verdad absoluta y se vuelve hacia el público, con intención de hablar)
MEFISTÓFELES: ¡Luz¡ ¡al fin la luz¡… alabada sea la divina providencia que ha querido congraciarse con su más fiel siervo, y no bastándole con dejar rebosante mi cabeza con la sapientísima revelación, concebida en las lejanas tierras del Indo y el Ganges, donde los hombres fructifican a diario como las dádivas del Buen Padre que no deja de velar por ellos, ha querido enviarme en éste magnánimo día a esta pu (bebe)…a ésta pura servidora, para que se convierta en sembradora y multiplicadora del nuevo mandamiento que me ha sido encomendado instituir, que como sabréis (se acerca más al público, con pose de predicador) no es otro que el de prodigar Amor, a todo el necesitado que se halle privado de él, como ha demostrado nuestro Señor que debe hacerse, sin condiciones y sin limitantes; acogiendo al desvalido que aún no goza de compromisos, o a éste otro  que se sostiene fiel a su sagrado voto de marti… (Bebe) de matrimonio, sin dejar de lado al viudo, y al mendigo, al caballero ilustre y al campesino, todos ellos hijos de Dios, a quienes ésta mansa joven está llamada a abrirles las… (Bebe) puertas de su corazón, para mostrarles el camino a la redención, a través de su completa entrega al sublime oficio de pro… (Bebe) (En ese momento, Sor Teresita se despierta y sentándose de cara al público, se queda escuchando absorta el  exaltado discurso de Mefistófeles, quien continúa hablando sin advertirla) de profesar la nueva verdad que sustentará nuestra santa madre iglesia, que permitirá que cada uno de vosotros, alcance la comunión con lo divino, al entregarse, como lo hizo nuestro Señor, en cuerpo y alma a todos sus hermanos… (Conmovida por las palabras de Mefistófeles, Sor Teresita suspira y él se vuelve a mirarla)
SOR TERESITA: (Suspirando aún) prosiga por favor prosiga…por lo que más quiera, por nuestro Señor, perdone mi falta al haber interrumpido vuestras pródigas palabras…que digo palabras, vuestras iluminaciones, vuestras… (Calla de pronto y se queda mirándole por lo bajo, presa de una temeridad respetuosa) o acaso…acaso como a la sierva redimida de Magdala, también a mí me ha sido concedida la presencia de un…
MEFISTÓFELES: (Acercándose a ella y ofreciéndole su mano para ayudarle a incorporarse, la cual ella no se atreve a aceptar) Hermana, hermana, que mis palabras no sean causa de vuestro desasosiego, no soy un ángel, si eso es lo que pensáis; sino un simple servidor de carne y hueso, enviado por nuestro Señor a reedificar, bajo nuevos cimientos, nuestra santa iglesia (al escuchar esto, Sor Teresita termina por convencerse de la identidad terrena de Mefistófeles y acepta su ayuda); pero decidme ¿Qué menesteres encaminan vuestros pasos en solitario y a través de los campos, aún en medio de la noche?
SOR TERESITA: (poniéndose de pie) Iba de camino al claustro de un poblado cercano, donde se me ha convocado para asistir a los pobres enfermos, que por estos días cercanos al invierno, llegan como desvalidos rebaños, necesitados de  curación y alimento, y algunos otros del consuelo necesario para recibir en paz el llamamiento de nuestro Señor; que como vuestra excelencia sabrá, es una tarea inmediata, que no deja más remedio que dar reposo a nuestro pies, sólo cuando ya la luz del buen sol mengua, sin importar si es el campo quien servirá como lecho en ese entonces.
MEFISTÓFELES: (asintiendo) Definitivamente, nuestro Señor ha cruzado nuestros caminos con un motivo hermana, la bondad de vuestras palabras es una muestra de sus designios ¿no sería posible entonces que le acompañara en el resto de su peregrinaje, y permitir así que el Señor continúe manifestándose a través de cuantos medios Él considere necesarios?
SOR TERESITA: Dios bendiga vuestra buena voluntad y tan desinteresado ofrecimiento (De la bolsa roja que trae atada a su cintura, extrae un trozo de pan y se lo alarga a Mefistófeles, quien lo empieza a comer con avidez) me apena no poder ofrecer a vuestra excelencia un manjar más delicado, pero en ésta época nuestras viandas no van más allá de un poco de pan y leche, a lo sumo un trozo de queso de cabra o frutos secos, para hacer más llevadera la caminata.
MEFISTÓFELES: (Saboreando las últimas migas de pan y pasándolas con un largo trago de vino) Pierda cuidado hermana, el pan, aunque sea poco, al ser compartido termina por saciar más bocas de las que nos es posible contar, ¿no recuerda acaso el milagro de los panes y los peces?
SOR TERESITA: Por el contrario, vuestra excelencia, de todas las obras maravillosas que nuestro Señor realizó mientras estaba entre nosotros, en carne y hueso quiero decir, es esa la que más asombro me causa (suspira) no sabe cuantas veces he anhelado, y Dios me perdone si peco de vanidad por ello (se da golpes de pecho como quien reza el yo pecador), el tener en mis manos la posibilidad de multiplicar mis pocas posesiones, para suplir con ellas las necesidades de esas pobres almas que acuden a mí, como lo hicieran en su tiempo, en pos de nuestro Señor Jesús.
MEFISTÓFELES: (Sonríe complacido y le alarga a Sor Teresita el libro rojo, el cual ella recibe con extrañeza, sin atreverse a abrirlo) Dios nunca es sordo a los más nobles anhelos de nuestro corazón, hermana; he aquí que con éste, su servidor, muestra su complacencia para con vuestros deseos y le envía los medios para que pueda llevar a cabo tan honrosa empresa.
SOR TERESITA: (Sin comprender aún, mira a Mefistófeles y al libro) Su excelencia disculpará mi ignorancia…pero la verdad es que no he comprendido lo que sus palabras me quieren revelar…además, como debe de ser de su entero conocimiento, las religiosas no sabemos leer…aunque de oídas…
MEFISTÓFELES: (Poniendo una mano sobre el hombro de Sor Teresita) Sí… (Bebe)
SOR TERESITA: (Entre apenada y divertida) Una escucha muchas historias…de transformaciones, como la de esa hechicera…Circe, que convertía a los hombres en cerdos y también versos, los que cantan los mozuelos bajo las ventanas de sus enamoradas…hay uno que me ha gustado mucho, aunque no acabo de comprender lo que significa.
MEFISTÓFELES: Si lo recuerda, quizás pueda ayudarle a esclarecer el enigma que guarda; en la tierra de la que recién he venido, también he escuchado a muchos trovadores y poetas.
SOR TERESITA: (Con el índice sobre los labios, en actitud de rememorar) Dice más o menos así:
“En tu húmedo cáliz amantísima flor
Yo quisiera verter mi más albo licor”
¿Qué piensa vuestra excelencia?
MEFISTÓFELES: (Sonriendo maliciosamente por lo bajo) Tiene usted una sensibilidad especial para… (Bebe) lo sublime, hermana (Sor Teresita asiente y sonríe con timidez), eso demuestra que sin duda alguna, es la persona indicada para cumplir ésta santa misión (Sor Teresita lo mira inquisitivamente) ah sí, me decía usted que no había comprendido mis palabras; pues bien, ¿hermana…?
SOR TERESITA: Teresita, Sor Teresita su excelencia.
MEFISTÓFELES: Como le decía, Sor Teresita, éste servidor, Mefistófeles es mi nombre, ha llegado de lejanas tierras con una buena nueva que Dios, nuestro Señor, ha enviado para consuelo de los hombres: Debo erigir una nueva iglesia, bajo los preceptos de brindar Amor a todos aquellos que lo necesiten, de todas las maneras posibles, sin permitir que ninguna clase de limitaciones se interpongan en el cumplimiento de ese sagrado deber…y usted está llamada a ayudarme.
SOR TERESITA: (Entre atontada y emocionada) ¿Yo?...pero si yo…no sé como…es tan superior a mí esa obra que describe, quizás digna de los santos apóstoles o los profetas…pero yo…
MEFISTÓFELES: Hermana, no puede haber una oveja más justa y humilde ante los ojos de Dios que usted…por eso le he entregado el libro donde han sido consignadas las enseñanzas del nuevo credo; al encontrarla en éste camino, lo primero que advertí fue sus… (Bebe) grandes virtudes, la paz de su rostro no podía ser engañosa y el Señor me iluminó en ese instante, para que yo le entregase el mensaje de su llamada…la misma que seguramente no rechazará.
SOR TERESITA: (Confundida) No…sí…no… no podría rechazar un misión encomendada por nuestro Señor, pero vuestra excelencia, como ya lo había dicho, no se leer y…
MEFISTÓFELES: Hermana ¿acaso piensa usted que Dios no repara hasta en el último detalle? (toma el libro y abriéndolo empieza a pasar las hojas, las cuales únicamente traen una serie de ilustraciones con posturas sexuales. Al hacerlo, se vuelve hacia el público para mostrarlo, en actitud de vendedor) “Gran variedad de imágenes a todo color, posturas adaptables para todos los gustos y contexturas, no importa si es de noche o de día, éste libro será su mejor guía” (se vuelve hacia Sor Teresita) como puede verlo hermana, Dios la provee de las herramientas precisas para que nada pueda detenerla en el cumplimiento de ésta empresa que nos ha encomendado.
SOR TERESITA: (A punto del éxtasis) ¡alabado sea Dios, nuestro Señor!
MEFISTÓFELES: ¡Alabado sea hermana!... (le entrega nuevamente el libro) y ahora, antes de emprender juntos el camino hacia el primer poblado donde seguramente un alma necesitada aguarda nuestro consuelo, es mi deber ordenarla como la primera misionera de ésta nueva iglesia, ¡de rodillas hermana!
(Sor Teresita cae de rodillas ante Mefistófeles. Éste bebe una vez más, derrama un poco del líquido sobre la frente de Sor Teresita y luego le da de beber. Finalmente traza sobre ella una cruz con la mano izquierda, pues con la derecha sostiene la botella)
¡En camino hermana! (Salen de la escena)

ESCENA II
(Se escucha el sonido de las campanas, indicando que la misa de la mañana ha terminado. Seguido  a esto, los pasos de unos pies que se arrastran, como si soportarán un gran peso o una agobiante pena; aparece entonces Don Cástulo, cabizbajo, camina lentamente y tiene un aspecto algo desaliñado y cansado, como si  desde hace muchas noches no pudiese conciliar el sueño; en su mano derecha lleva una Biblia y colgada  trasversalmente, su bolsa de dinero que  tintinea .Mientras avanza, no deja de murmurar en voz baja, hasta que de repente, prorrumpe en un lamento)
DON CÁSTULO: ¡Por qué, Salomé, Por qué!...ya ni en la casa del Señor me permites encontrar reposo…hoy he visto vuestros ojos en la viuda Amalia, en la esposa de Don Francisco el peletero, en la lozana tez de la señorita Aurora, la sobrina de mi confesor y aún ¡Salomé! ¡Aún en el piadoso rostro de nuestra Divina Señora! (en uno de los laterales, aparece  Rasputín, quien al parecer ha estado escuchando a Don Cástulo, pues gesticula con sus manos y su rostro, señalándole al público que al parecer, el mencionado hombre está mal de la cabeza)¡Señor, por qué te has olvidado de tu siervo¡ ¿acaso soy un mal cristiano? ¿ No soy lo suficientemente generoso con vuestra divina causa, Señor?( Rasputín se muestra ahora más interesado) ¿es eso? ( Don Cástulo levanta la mirada y abre sus brazos en señal de súplica, pero también de reclamo) ¡Prometo dar más!…prometo…prometo dar un cuarto, ¡no! dos cuartos de la producción de aceitunas y cinco becerros, de los más fuertes y sanos, y corderos, muchos corderos ¿Es eso suficiente Señor?  (Rasputín, ahora con los ojos desorbitados debido a que la abundancia de los bienes de Don Cástulo ha despertado su interés de consumado avaro, sonríe y se frota las manos, como celebrando anticipadamente. Se acomoda su vestimenta, y al recoger su toga preparándose para salir, se advierte que lleva puestos unos tacones. Camina sigilosamente hacia Don Cástulo) ¿Alcanzaré así vuestra complacencia?… ¡envíame una señal Señor!
 (Con una  reiterativa  tosecilla, Rasputín intenta hacerle notar su presencia a Don Cástulo. Éste, embebido en sus ruegos, no atiende en un primer momento, hasta que Rasputín, por el esfuerzo de su garganta, sobreviene en un verdadero acceso de tos)
DON CÁSTULO: (Sobresaltado) ¡Santísima Madre! (acercándose a Rasputín  y dándole golpecitos en la espalda para ayudarle a sobrellevar el ahogo) ¿puedo ayudaros en algo? ¿Un poco de agua quizás?
RASPUTÍN: (Sobreponiéndose) No, no, buen hombre, estoy perfectamente bien; éste acceso de tos sin duda ha sido debido a una hiperventilación, por el cierre abrupto de la epiglotis, causado por los vapores insanos, algo azufrados, por la reacción de… (Se queda mirando por un momento la bolsa de dinero de Don Cástulo y luego a él. Pone una expresión de aparente preocupación) hmmm (lo rodea, hasta quedar en el mismo punto) quien no se encuentra en muy buenas condiciones, sois vos estimado ¿Don…?
DON CÁSTULO: (intentando arreglar su escaso cabello y sus ropas)  Cástulo...pido disculpas por lo descuidado de mi apariencia…no he estado muy al pendiente de mí en estos últimos días, e Inés, mi querida esposa, se fue hace una semana a la capital para comprar nuevos vestidos y joyas, ya sabe usted como son las damas, siempre al pendiente de que todo luzca perfecto…ah , pero que descortesía, de nuevo me excuso, no se vuestro nombre y ya le estoy agobiando con mis pequeñeces ¿Señor…?
RASPUTÍN: (tomando postura de suma importancia y erudición) Rasputín, Doctor Rasputín, a vuestro servicio; galeno, alquimista y archimago, reconocido servidor de las cortes de toda Europa y aún de la misteriosa Asia; inventor del asombro elixir contra los siete males del cuerpo y las siete fiebres del espíritu; conocedor de los manuscritos del mismísimo Hipócrates y continuo practicante de la profesión médica, sin más interés, que el de servir a todo aquel cristiano que lo requiera…y por lo visto, ése parece ser vuestro caso Don Cástulo.
DON CÁSTULO: (Algo apenado, intenta ocultar su rostro) No veo por qué lo decís.
RASPUTÍN: Los signos en vuestro rostro no pueden ser engañosos…no para alguien como yo, cuya experiencia no deja espacio a duda alguna… dígame Don Cástulo, con entera sinceridad ¿últimamente no ha dormido bien ó me equívoco? (Don Cástulo duda, sin responder aún) tranquilo, vuestra confianza estará a buen resguardo conmigo; al igual que su confesor, quien se ocupa de su alma bajo la promesa del secreto, yo cuidaré de su cuerpo, siendo fiel a mi voto de silencio derivado de mi juramento Hipocrático.
DON CÁSTULO: (Reticente aún, empieza a hablar en voz baja) Es que me apena tanto doctor…además no se si el mío sea un padecimiento que su ciencia pueda curar.
RASPUTÍN: Habría que intentarlo por lo menos Don Cástulo, la medicina ha avanzado mucho últimamente, veamos ¿cuáles son vuestros síntomas?
DON CÁSTULO: ¡Ay doctor! (ahora tomando más confianza), mi padecimiento tiene nombre propio (baja un poco la voz como temiendo ser escuchado) es una mujer…que digo mujer, un demonio, sí, ¡un demonio!, que está siempre mirándome, vigilándome, llamándome para que caiga en la tentación que me ofrece…
RASPUTÍN: Ya veo…su problema entonces es de alcoba…su señora esposa, Doña Inés, ¿le ha reclamado alguna…falta? (Vuelve el rostro por un momento hacia el lado contrario y sonríe burlonamente, gesticulando acerca de la posible impotencia de Don Cástulo)
DON CÁSTULO: No, no (A punto de sonrojarse, se echa la bendición) mi querida esposa es incapaz de hacer semejante…aberración (suspira desalentado); además, desde que por el designio divino de Nuestro Señor, se enteró de que su vientre jamás fructificaría, renunció por completo a mi compañía…no me permite (gesticula intentando ilustrar la cópula) tocarla, más que para acompañarle en sus paseos…eso cuando su humor tiende a la mesura.
RASPUTÍN: Bueno, si no es su esposa…tal vez… lo cual sería comprensible dada la necesidad biológica natural de nuestra especie a encaminar la fuerza del instinto… ¿es acaso otra doncella?
DON CÁSTULO: ¡Dios no escuche vuestras palabras¡…como todo buen cristiano, soy incapaz de semejante pecado contra el sagrado sacramento del matrimonio…no comprendo como tienen cabida semejantes ideas, en vuestro ilustrísimo cerebro Doctor Rasputín.
(Indignado, Don Cástulo se dispone a marcharse)
RASPUTÍN: (un tanto azorado por la huida inminente de Don Cástulo) ¡Espere Don Cástulo! Es de humanos errar….y de buenos cristianos perdonar… ¿no me permitirá, al menos, sin ninguna clase de honorarios, emitir un diagnóstico, una simple señal que le dé luz en este aciago momento…?
DON CÁSTULO: (Dubitativo, hablando para sí mismo) Pudiera ser… (Dirigiéndose nuevamente a Rasputín) tal vez vuestra presencia sea una señal del Señor; habéis aparecido en el momento en que yo elevaba una suplica.
RASPUTÍN: ¿De verdad? (Se vuelve hacia el lado contrario, frotándose las manos y casi triunfante, empieza a acicalarse con joyas invisibles, maquillaje y vestidos, todo con connotaciones femeninas) pues entonces no cabe duda alguna; he sido enviado por Dios, para liberarle de éste mal, como lo hizo Moisés con los israelitas…ahora sí, Don Cástulo, confiéseme, sin reparos, cuál es la malévola mujer que causa vuestro infortunio.
DON CÁSTULO: (como si entrara en trance) ¡Salomé!...siempre en mis sueños…siempre mostrándome su pecaminosa desnudez de descaradas formas…siempre sobre la cruz, llamándome, insinuándose…¡Salomé! (pone una expresión de evidente lascivia)
RASPUTÍN: (Poniéndose la mano sobre el mentón como quien intentará dilucidar algo importante) No hay duda…pesadillas recurrentes, mujer desnuda en posición …interesante, delirios en la vigilia…Don Cástulo (dice con evidente resolución), usted padece una afección mental, en apariencia muy grave, pues en vuestra cabeza, se ha incrustado la piedra de la locura, y es debido a ella, que esa mujer, Salomé, no le deja en paz ni de día ni de noche…si me lo permite, y pone su salud en manos de éste desinteresado servidor, fiel a mi juramento Hipocrático, me comprometo a extraerla a través de una complicada y nada costosa intervención… a lo sumo lo que valdrían diez terneritos, de los más pequeños…eso sí usted me lo permite.
DON CÁSTULO: Me pongo entonces en sus manos y en las de Dios, quien es el que sin duda le ha enviado; los costos son lo de menos, sabré compensar su noble oficio para conmigo.
RASPUTÍN: Así sea entonces, buen hombre; traeré mis instrumentos quirúrgicos y practicaré de inmediato la intervención  (sale dando pequeños saltitos de alegría, mientras se mira en un espejo imaginario. Don Cástulo alza su mirada al cielo, se persigna y junta las manos como si estuviera orando)
ESCENA III

Al encenderse la luz, aparecen en el centro del escenario una mesa circular y una silla al lado de esta; al fondo, puede verse un paisaje campestre. De repente, un murmullo de voces que se acercan empieza a escucharse de ambos lados e ingresan por el lado derecho Mefistófeles en compañía de Sor Teresita y por el lado izquierdo, Rasputín, con una maleta o recipiente transparente lleno de múltiples utensilios de cocina, y a su lado entre temeroso y reflexivo, Don Cástulo. Los cuatro, vienen embebidos en sus respectivas conversaciones, hasta que al llegar al lugar donde se encuentran los muebles, parecen caer en cuenta de la presencia de los demás y se detienen.
MEFISTÓFELES: Buen día hermanos, que la paz de nuestro Señor sea con vosotros (Al decir esto, azuza con su codo a Sor Teresita, que concentrada en la observación del libro rojo, no ha advertido a los caminantes. Ella entonces,  tras hacer una venia juntando ambas manos con el libro entre ellas, vuelve a abrirlo)
DON CÁSTULO: Y con vosotros vuestra excelencia
RASPUTÍN: (Con evidente premura, un tanto impaciente) ¡Que la paz esté con todos los presentes!... Don Cástulo, tome asiento por favor (lo empuja hacia la silla, casi que lo sienta) vuestra urgencia no da espera y el tiempo y el viento son propicios para que la intervención sea exitosa.
MEFISTÓFELES: (Se acerca un poco más, con visible interés en las palabras de Rasputín) ¡Ah!  Es una verdadera sorpresa encontrar un galeno, aquí, en medio de los campos que pronto fructificarán por la gracia de Nuestro Padre, y más aún, a punto de iniciar el milagroso proceso de curación de este honrado hombre, en el que seguramente la gracia divina le asistirá y… del que por cierto no  sabemos su nombre…
DON CÁSTULO: Don Cás…
RASPUTÍN: (interrumpiendo) Don Cástulo, es el nombre de mí (hace énfasis en el posesivo) paciente, caballero prestante y generoso…bastante generoso, que se ha puesto en mis manos para que le libere de sus afecciones…así que, como comprenderéis, el tiempo es oro en este caso.
DON CÁSTULO: Si me lo permite, doctor Rasputín, me gustaría contar en este momento con la presencia de estos servidores del Señor, para que me acompañen durante este trance, me sentiría más seguro…protegido por Nuestro Señor…eso si vuestra peregrinación permite un descanso ¿qué decís?
(Rasputín y Mefistófeles se miran entre ellos un tanto recelosos el uno del otro; pero luego, observan ambos la bolsa de Don Cástulo, y Rasputín le da a entender a Mefistófeles que pueden repartir ganancias si lo ayuda. Mefistófeles le echa entonces una mirada maliciosa a Rasputín señalándole a Sor Teresita, y con una sonrisa satisfactoria de ambos, todo queda pactado)
RASPUTÍN y MEFISTÓFELES: Por supuesto Don Cástulo, no hay ningún problema.
MEFISTÓFELES: Más aún, ésta sierva de Dios que me acompaña, Sor Teresita, estaría dispuesta a ofrecerle los cuidados necesarios para que su recuperación sea pronta y satisfactoria Don Cástulo; no podría quedar en mejores manos, las del doctor para que cure su cuerpo, y las de Sor Teresita y aún las mías para reconfortar su espíritu.
RASPUTÍN: (apoyando incisivamente a Mefistófeles) Ya ve, no hay nada de que preocuparse Don Cástulo, en unos momentos habré extraído el elemento malsano que lo aleja de la cordura y ésta humilde mujer se encargará de restablecerle, entregada en cuerpo y alma a su cuidado ¿No es así Sor Teresita? (sorprendida, mira a Rasputín y luego a Mefistófeles, quien asiente reiteradamente)
SOR TERESITA: Para he sido enviada… (Mefistófeles la mira indicándole que muestre más su convicción) y ya que la voluntad del Señor, ha sido que hoy mi camino se cruce con el de este buen cristiano, pondré todo mi amor y mi empeño para satisfacerle en cuanto necesite.
DON CÁSTULO: ¡Dios es generoso!…doy las gracias a todos vosotros por tan desinteresada obra… ¿podría vuestra excelencia darme su bendición? (Mefistófeles traza la cruz y levanta su botella en señal de brindar)
 (Rasputín deja en el suelo el recipiente, tomando tan sólo un cuchillo grande y uno más pequeño. Después de manipular por unos momentos la cabeza de Don Cástulo, observa el cuchillo grande y lo descarta, poniéndolo en la bolsa de dinero de Don Cástulo; luego toma el pequeño y se dispone a hacer la incisión)
MEFISTÓFELES: Hermana, con solicitud, debe adquirir el sacro conocimiento contenido en el volumen que le he entregado, pues pronto deberá ponerlo en práctica en cumplimiento de su deber para con Dios y con Don Cástulo.
SOR TERESITA: (poniéndose el libro sobre la cabeza y apoyándose sobre la mesa un tanto angustiada) ¡ilumíname Señor!
(Aparición de la imagen pictórica. Tras unos momentos la luz se apaga y un murmullo creciente de jadeos, risas apagadas, obscenidades tiernas e invocación a dioses de diversas religiones empieza a escucharse. Al llegar a cierto punto, en el centro se enciende una luz rojiza, que enfoca  la mesa. Bajo esta, la silla se encuentra tumbada con las patas vueltas hacia el público. Sobre ella, reposa una prenda de matrimonio, al lado de unas pinzas un tanto ensangrentadas. Del lado izquierdo de la mesa se encuentra Rasputín sosteniendo la biblia y del lado derecho Mefistófeles, haciendo lo propio con el libro rojo; solo se advierten sus manos y parte del perfil de su rostro. Rasputín intenta poner la biblia sobre la mesa, pero Mefistófeles lo impide al interponer el libro rojo, de forma que uno sobre el otro forman una cruz; tras unos momentos de este juego, la prenda rueda el suelo y la biblia queda sobre la mesa, bajo el libro rojo, siempre conformando la figura de una cruz. Se escucha una exhalación de descanso y se apagan las luces)

ESCENA IV

Se escuchan las notas del himno cristiano  del “Aleluya”. Del lado izquierdo del escenario, al encenderse una luz púrpura, aparece Mefistófeles; lleva puesta sobre su sotana, una bata negra, con el logo de Playboy, que va sostenida por un cinturón rojo, del cual va prendida la bolsa del mismo color, que antes llevara Sor Teresita ; en su mano sostiene una copa rebosante de vino tinto. A su lado, ceñida por la cintura por Mefistófeles, aparece una mujer cuyos rasgos, vestidos y accesorios, dejan entrever que se trata de Rasputín;  junto a ella, en el suelo, descansa la bolsa de dinero de Don Cástulo, de la que sobresalen algunos de los utensilios que otrora fueran usados por Rasputín. Con su mano izquierda, sostiene el embudo que antes le sirviera de birrete, pero ahora lleno de flores plásticas, mientras que la derecha, la lleva dentro de la bata de Mefistófeles.
MEFISTÓFELES: ¡Mirad!  Ha crecido la luna y alcanzado su esplendor de divina lumbrera a la par con nuestra misión, que empieza a prodigarnos con sus más dulces pámpanos (atrae hacia sí a la mujer, a quien llamaremos Lilith, hasta tenerla a pocos centímetros de su rostro, como si fuera a besarla)
LILITH: Tenéis toda la razón mi querido Mefisto; al mundo herido, necesitado de tan prontas curaciones, le hemos hallado la infalible panacea, la comunión milagrosa a iguales dosis, de ciencias y religiones.
(Del lado derecho del escenario, se enciende una luz rojiza y aparecen Sor Teresita y Don Cástulo. Él, está sentado sobre la silla que usada anteriormente durante la intervención, de tal manera que su abdomen queda contra el espaldar de la silla. Lleva desnuda la espalda, con visibles marcas de latigazos a lo largo de ésta y su rostro vacila por momentos entre el placer y el sufrimiento. Sor Teresita, quien lo sostiene con su mano izquierda por los cabellos, lleva puesto un atuendo oscuro con tendencias entre gótico y sadomasoquista, pero conserva su manto. En su mano derecha, lleva un látigo en alto, como si se dispusiese a usarlo y  su pierna derecha  también en alto, sobre la silla, detrás de Don Cástulo, por lo que se ven, ahora más explícitamente, sus medias con ligas)
SOR TERESITA: Amor y dolor, como nuestro Señor nos lo enseñó; crecen en los campos y las ciudades la prole de estos animalitos de Dios, que necesitan un pastor, alguien que les guie, les corrija, les domestique…y son tan agradecidos (se acerca al oído de Don Cástulo) ¿no es así? (Don Cástulo asiente)
MEFISTÓFELES: Sabias palabras hermana…por eso mismo, no podemos dejar a los pobres cristianos desamparados, tenemos que sembrar los áridos campos de las tierras conocidas y las que aún están por descubrir, con éste mensaje, ésta misión que nos llevará a arrancar cada mala hierba…
LILITH: Cada dama y caballero que dude de la sapiencia de nuestro juicio o se jacte del suyo, o aún peor, cometa el imperdonable desatino de menguar su generosidad para con nuestra causa…
SOR TERESITA: Cada ovejita negra que pretenda irse por un camino contrario al del rebaño…
DON CÁSTULO: Cada…
MEFISTÓFELES, LILITH Y SOR TERESITA: (interrumpiendo, todos con los dedos índices sobre los labios) Shhhhhh
SOR TERESITA: No es tiempo de hablar para los corderitos (le besa en la frente a Don Cástulo y le da tres golpecitos con el mango del látigo) primero los trucos y luego el heno ¿entendido? (Don Cástulo asiente sin dejar de mirarle y sonríe)
LILITH: (Llevándose las manos al rostro entre sorprendida y contrariada) ¡Cómo hemos podido olvidarlo! ¡Es inconcebible!
MEFISTÓFELES: ¿Qué olvido es el que referís?
LILITH: Nuestra obra…nuestra misión…nuestra empresa (se abraza a Mefistófeles) ¡aún está innominada!
SOR TERESITA: Nuestra situación es  pecaminosa (se acerca a Mefistófeles y a Lilith, y al chasquear los dedos, detrás suyo acude Don Cástulo, posándose a sus pies) vuestra excelencia debe purificar nuestra obra, a través del sacramento del bautismo ¡pronto!
(Mefistófeles, sin saber muy bien que hacer levanta su copa en alto con notorio pesar por la bebida, pero a punto de derramarla, se detiene)
MEFISTÓFELES: ¿Y el nombre?
(Lilith y Sor Teresita se miran con expresión inquisitiva; poniéndose a lado y lado de Don Cástulo, entrelazan luego las manos y empiezan a girar a su alrededor cantando “Mate bambú, materile, lire, ró”. Al llegar a la parte de “queremos un angelito” lo varian en cambio por “queremos  un engendrito”)
LILITH: ¿Y qué nombre le pondremos, materile, lire, ró?
SOR TERESITA: ¿Y que nombre le pondremos materile, lire, ró?
DON CÁSTULO: (visiblemente trastornado) inquirir…sumisión…inflingir…curación…
MEFISTÓFELES: (Con voz triunfante) ¡Inquisición!
LILITH Y SOR TERESITA: ¡Ese nombre si nos gusta!
(Se hincan de rodillas y juntan las manos en señal de oración. Mefistófeles entonces derrama un poco de la bebida sobre Don Cástulo, da de beber a Lilith, luego a Sor Teresita y él termina el resto del contenido)
MEFISTÓFELES: (En tono ceremonioso y oscuro) Os doy la  bienvenida a la orden de la Santa Inquisición ¡venid!
(Lilith y Sor Teresita, se ponen a lado y lado de Mefistófeles, quien levanta los brazos como en el momento de la elevación,; luego las abraza a ambas, Sor Teresita vuelve a chasquear los dedos y todos empiezan a tararear una  sombría canción de cuna. De fondo, se escucha la música de un carrusel o una caja de música)
FIN