EXTRACCIÓN
DE LA PRENDA DE LA LOCURA
(Teatro
del absurdo)
(Yeni
Zulena Millan Velasquez)
Personajes
Mefistófeles,
clérigo recién llegado de la India, que viene a predicar una nueva orden
religiosa; muy dado a la bebida y a costumbres licenciosas.
Sor
Teresita, religiosa joven, curiosa e ingenuamente sensual.
Don
Cástulo, hombre maduro, cristiano, con un matrimonio poco feliz y
poseedor de una considerable riqueza.
Rasputín,
doctor, alquimista y mago ocasional, de notable avaricia, que receta la vida libertina
como remedio contra muchos males.
ESCENA
I
(De madrugada, Sor Teresita se encuentra
durmiendo en el suelo, de espaldas al público. Lleva el hábito un tanto
recogido, por lo que se advierten sus medias oscuras sostenidas por ligas
rojas. De pronto, aparece en escena el clérigo Mefistófeles, quien se tambalea
ligeramente como si estuviera alicorado; no sigue de largo como parecía ser en
principio su intención, sino que se queda mirando las piernas de la religiosa y
luego el libro rojo que trae en su mano izquierda, mientras bebe de la botella
que trae en la mano derecha, de cuando en cuando. Después de unos minutos de
continuar con la misma observación, su rostro se ilumina, asiente como quien de
repente comprendiera una verdad absoluta y se vuelve hacia el público, con
intención de hablar)
MEFISTÓFELES:
¡Luz¡ ¡al fin la luz¡… alabada sea la divina providencia que ha querido
congraciarse con su más fiel siervo, y no bastándole con dejar rebosante mi
cabeza con la sapientísima revelación, concebida en las lejanas tierras del
Indo y el Ganges, donde los hombres fructifican a diario como las dádivas del
Buen Padre que no deja de velar por ellos, ha querido enviarme en éste
magnánimo día a esta pu (bebe)…a ésta
pura servidora, para que se convierta en sembradora y multiplicadora del nuevo
mandamiento que me ha sido encomendado instituir, que como sabréis (se acerca más al público, con pose de
predicador) no es otro que el de prodigar Amor, a todo el necesitado que se
halle privado de él, como ha demostrado nuestro Señor que debe hacerse, sin
condiciones y sin limitantes; acogiendo al desvalido que aún no goza de
compromisos, o a éste otro que se
sostiene fiel a su sagrado voto de marti… (Bebe)
de matrimonio, sin dejar de lado al viudo, y al mendigo, al caballero ilustre y
al campesino, todos ellos hijos de Dios, a quienes ésta mansa joven está
llamada a abrirles las… (Bebe)
puertas de su corazón, para mostrarles el camino a la redención, a través de su
completa entrega al sublime oficio de pro… (Bebe)
(En ese momento, Sor Teresita se
despierta y sentándose de cara al público, se queda escuchando absorta el exaltado discurso de Mefistófeles, quien
continúa hablando sin advertirla) de profesar la nueva verdad que
sustentará nuestra santa madre iglesia, que permitirá que cada uno de vosotros,
alcance la comunión con lo divino, al entregarse, como lo hizo nuestro Señor,
en cuerpo y alma a todos sus hermanos… (Conmovida
por las palabras de Mefistófeles, Sor Teresita suspira y él se vuelve a mirarla)
SOR
TERESITA: (Suspirando aún) prosiga
por favor prosiga…por lo que más quiera, por nuestro Señor, perdone mi falta al
haber interrumpido vuestras pródigas palabras…que digo palabras, vuestras
iluminaciones, vuestras… (Calla de pronto
y se queda mirándole por lo bajo, presa de una temeridad respetuosa) o
acaso…acaso como a la sierva redimida de Magdala, también a mí me ha sido
concedida la presencia de un…
MEFISTÓFELES:
(Acercándose a ella y ofreciéndole su
mano para ayudarle a incorporarse, la cual ella no se atreve a aceptar)
Hermana, hermana, que mis palabras no sean causa de vuestro desasosiego, no soy
un ángel, si eso es lo que pensáis; sino un simple servidor de carne y hueso,
enviado por nuestro Señor a reedificar, bajo nuevos cimientos, nuestra santa
iglesia (al escuchar esto, Sor Teresita
termina por convencerse de la identidad terrena de Mefistófeles y acepta su
ayuda); pero decidme ¿Qué menesteres encaminan vuestros pasos en solitario
y a través de los campos, aún en medio de la noche?
SOR
TERESITA: (poniéndose de pie) Iba de
camino al claustro de un poblado cercano, donde se me ha convocado para asistir
a los pobres enfermos, que por estos días cercanos al invierno, llegan como
desvalidos rebaños, necesitados de curación
y alimento, y algunos otros del consuelo necesario para recibir en paz el
llamamiento de nuestro Señor; que como vuestra excelencia sabrá, es una tarea
inmediata, que no deja más remedio que dar reposo a nuestro pies, sólo cuando
ya la luz del buen sol mengua, sin importar si es el campo quien servirá como
lecho en ese entonces.
MEFISTÓFELES:
(asintiendo) Definitivamente, nuestro
Señor ha cruzado nuestros caminos con un motivo hermana, la bondad de vuestras
palabras es una muestra de sus designios ¿no sería posible entonces que le
acompañara en el resto de su peregrinaje, y permitir así que el Señor continúe
manifestándose a través de cuantos medios Él considere necesarios?
SOR
TERESITA: Dios bendiga vuestra buena voluntad y tan desinteresado ofrecimiento
(De la bolsa roja que trae atada a su
cintura, extrae un trozo de pan y se lo alarga a Mefistófeles, quien lo empieza
a comer con avidez) me apena no poder ofrecer a vuestra excelencia un
manjar más delicado, pero en ésta época nuestras viandas no van más allá de un
poco de pan y leche, a lo sumo un trozo de queso de cabra o frutos secos, para
hacer más llevadera la caminata.
MEFISTÓFELES:
(Saboreando las últimas migas de pan y
pasándolas con un largo trago de vino) Pierda cuidado hermana, el pan,
aunque sea poco, al ser compartido termina por saciar más bocas de las que nos
es posible contar, ¿no recuerda acaso el milagro de los panes y los peces?
SOR
TERESITA: Por el contrario, vuestra excelencia, de todas las obras maravillosas
que nuestro Señor realizó mientras estaba entre nosotros, en carne y hueso
quiero decir, es esa la que más asombro me causa (suspira) no sabe cuantas veces he anhelado, y Dios me perdone si
peco de vanidad por ello (se da golpes de
pecho como quien reza el yo pecador), el tener en mis manos la posibilidad
de multiplicar mis pocas posesiones, para suplir con ellas las necesidades de
esas pobres almas que acuden a mí, como lo hicieran en su tiempo, en pos de
nuestro Señor Jesús.
MEFISTÓFELES:
(Sonríe complacido y le alarga a Sor
Teresita el libro rojo, el cual ella recibe con extrañeza, sin atreverse a
abrirlo) Dios nunca es sordo a los más nobles anhelos de nuestro corazón,
hermana; he aquí que con éste, su servidor, muestra su complacencia para con
vuestros deseos y le envía los medios para que pueda llevar a cabo tan honrosa
empresa.
SOR
TERESITA: (Sin comprender aún, mira a
Mefistófeles y al libro) Su excelencia disculpará mi ignorancia…pero la
verdad es que no he comprendido lo que sus palabras me quieren revelar…además,
como debe de ser de su entero conocimiento, las religiosas no sabemos leer…aunque
de oídas…
MEFISTÓFELES:
(Poniendo una mano sobre el hombro de Sor
Teresita) Sí… (Bebe)
SOR
TERESITA: (Entre apenada y divertida)
Una escucha muchas historias…de transformaciones, como la de esa
hechicera…Circe, que convertía a los hombres en cerdos y también versos, los
que cantan los mozuelos bajo las ventanas de sus enamoradas…hay uno que me ha
gustado mucho, aunque no acabo de comprender lo que significa.
MEFISTÓFELES:
Si lo recuerda, quizás pueda ayudarle a esclarecer el enigma que guarda; en la
tierra de la que recién he venido, también he escuchado a muchos trovadores y
poetas.
SOR
TERESITA: (Con el índice sobre los
labios, en actitud de rememorar) Dice más o menos así:
“En tu húmedo cáliz amantísima flor
Yo quisiera verter mi más albo licor”
¿Qué piensa vuestra excelencia?
MEFISTÓFELES: (Sonriendo maliciosamente por lo bajo) Tiene usted una sensibilidad
especial para… (Bebe) lo sublime,
hermana (Sor Teresita asiente y sonríe
con timidez), eso demuestra que sin duda alguna, es la persona indicada
para cumplir ésta santa misión (Sor
Teresita lo mira inquisitivamente) ah sí, me decía usted que no había
comprendido mis palabras; pues bien, ¿hermana…?
SOR TERESITA: Teresita, Sor Teresita
su excelencia.
MEFISTÓFELES: Como le decía, Sor
Teresita, éste servidor, Mefistófeles es mi nombre, ha llegado de lejanas
tierras con una buena nueva que Dios, nuestro Señor, ha enviado para consuelo
de los hombres: Debo erigir una nueva iglesia, bajo los preceptos de brindar
Amor a todos aquellos que lo necesiten, de todas las maneras posibles, sin
permitir que ninguna clase de limitaciones se interpongan en el cumplimiento de
ese sagrado deber…y usted está llamada a ayudarme.
SOR TERESITA: (Entre atontada y emocionada) ¿Yo?...pero si yo…no sé como…es tan
superior a mí esa obra que describe, quizás digna de los santos apóstoles o los
profetas…pero yo…
MEFISTÓFELES: Hermana, no puede haber
una oveja más justa y humilde ante los ojos de Dios que usted…por eso le he
entregado el libro donde han sido consignadas las enseñanzas del nuevo credo;
al encontrarla en éste camino, lo primero que advertí fue sus… (Bebe) grandes
virtudes, la paz de su rostro no podía ser engañosa y el Señor me iluminó en
ese instante, para que yo le entregase el mensaje de su llamada…la misma que
seguramente no rechazará.
SOR TERESITA: (Confundida) No…sí…no… no podría rechazar un misión encomendada por
nuestro Señor, pero vuestra excelencia, como ya lo había dicho, no se leer y…
MEFISTÓFELES: Hermana ¿acaso piensa
usted que Dios no repara hasta en el último detalle? (toma el libro y abriéndolo empieza a pasar las hojas, las cuales
únicamente traen una serie de ilustraciones con posturas sexuales. Al hacerlo,
se vuelve hacia el público para mostrarlo, en actitud de vendedor) “Gran
variedad de imágenes a todo color, posturas adaptables para todos los gustos y
contexturas, no importa si es de noche o de día, éste libro será su mejor guía”
(se vuelve hacia Sor Teresita) como
puede verlo hermana, Dios la provee de las herramientas precisas para que nada
pueda detenerla en el cumplimiento de ésta empresa que nos ha encomendado.
SOR TERESITA: (A punto del éxtasis) ¡alabado sea Dios, nuestro Señor!
MEFISTÓFELES: ¡Alabado sea hermana!...
(le entrega nuevamente el libro) y
ahora, antes de emprender juntos el camino hacia el primer poblado donde
seguramente un alma necesitada aguarda nuestro consuelo, es mi deber ordenarla
como la primera misionera de ésta nueva iglesia, ¡de rodillas hermana!
(Sor
Teresita cae de rodillas ante Mefistófeles. Éste bebe una vez más, derrama un
poco del líquido sobre la frente de Sor Teresita y luego le da de beber.
Finalmente traza sobre ella una cruz con la mano izquierda, pues con la derecha
sostiene la botella)
¡En camino hermana! (Salen de la escena)
ESCENA
II
(Se
escucha el sonido de las campanas, indicando que la misa de la mañana ha
terminado. Seguido a esto, los pasos de
unos pies que se arrastran, como si soportarán un gran peso o una agobiante
pena; aparece entonces Don Cástulo, cabizbajo, camina lentamente y tiene un
aspecto algo desaliñado y cansado, como si
desde hace muchas noches no pudiese conciliar el sueño; en su mano
derecha lleva una Biblia y colgada
trasversalmente, su bolsa de dinero que
tintinea .Mientras avanza, no deja de murmurar en voz baja, hasta que de
repente, prorrumpe en un lamento)
DON CÁSTULO: ¡Por qué, Salomé, Por qué!...ya ni
en la casa del Señor me permites encontrar reposo…hoy he visto vuestros ojos en
la viuda Amalia, en la esposa de Don Francisco el peletero, en la lozana tez de
la señorita Aurora, la sobrina de mi confesor y aún ¡Salomé! ¡Aún en el piadoso
rostro de nuestra Divina Señora! (en uno
de los laterales, aparece Rasputín,
quien al parecer ha estado escuchando a Don Cástulo, pues gesticula con sus
manos y su rostro, señalándole al público que al parecer, el mencionado hombre
está mal de la cabeza)¡Señor, por qué te has olvidado de tu siervo¡ ¿acaso
soy un mal cristiano? ¿ No soy lo suficientemente generoso con vuestra divina
causa, Señor?( Rasputín se muestra ahora
más interesado) ¿es eso? ( Don
Cástulo levanta la mirada y abre sus
brazos en señal de súplica, pero también de reclamo) ¡Prometo dar
más!…prometo…prometo dar un cuarto, ¡no! dos cuartos de la producción de
aceitunas y cinco becerros, de los más fuertes y sanos, y corderos, muchos
corderos ¿Es eso suficiente Señor? (Rasputín, ahora con los ojos desorbitados
debido a que la abundancia de los bienes de Don Cástulo ha despertado su
interés de consumado avaro, sonríe y se frota las manos, como celebrando
anticipadamente. Se acomoda su vestimenta, y al recoger su toga preparándose
para salir, se advierte que lleva puestos unos tacones. Camina sigilosamente
hacia Don Cástulo) ¿Alcanzaré así vuestra complacencia?… ¡envíame una señal
Señor!
(Con
una reiterativa tosecilla, Rasputín intenta hacerle notar su
presencia a Don Cástulo. Éste, embebido en sus ruegos, no atiende en un primer
momento, hasta que Rasputín, por el esfuerzo de su garganta, sobreviene en un
verdadero acceso de tos)
DON CÁSTULO: (Sobresaltado)
¡Santísima Madre! (acercándose a
Rasputín y dándole golpecitos en la
espalda para ayudarle a sobrellevar el ahogo) ¿puedo ayudaros en algo? ¿Un
poco de agua quizás?
RASPUTÍN: (Sobreponiéndose)
No, no, buen hombre, estoy perfectamente bien; éste acceso de tos sin duda ha
sido debido a una hiperventilación, por el cierre abrupto de la epiglotis,
causado por los vapores insanos, algo azufrados, por la reacción de… (Se queda mirando por un momento la bolsa de
dinero de Don Cástulo y luego a él. Pone una expresión de aparente preocupación)
hmmm (lo rodea, hasta quedar en el mismo
punto) quien no se encuentra en muy buenas condiciones, sois vos estimado
¿Don…?
DON CÁSTULO: (intentando
arreglar su escaso cabello y sus ropas)
Cástulo...pido disculpas por lo descuidado de mi apariencia…no he estado
muy al pendiente de mí en estos últimos días, e Inés, mi querida esposa, se fue
hace una semana a la capital para comprar nuevos vestidos y joyas, ya sabe
usted como son las damas, siempre al pendiente de que todo luzca perfecto…ah ,
pero que descortesía, de nuevo me excuso, no se vuestro nombre y ya le estoy
agobiando con mis pequeñeces ¿Señor…?
RASPUTÍN: (tomando
postura de suma importancia y erudición) Rasputín, Doctor Rasputín, a
vuestro servicio; galeno, alquimista y archimago, reconocido servidor de las
cortes de toda Europa y aún de la misteriosa Asia; inventor del asombro elixir
contra los siete males del cuerpo y las siete fiebres del espíritu; conocedor
de los manuscritos del mismísimo Hipócrates y continuo practicante de la
profesión médica, sin más interés, que el de servir a todo aquel cristiano que
lo requiera…y por lo visto, ése parece ser vuestro caso Don Cástulo.
DON CÁSTULO: (Algo
apenado, intenta ocultar su rostro) No veo por qué lo decís.
RASPUTÍN: Los signos en vuestro rostro no
pueden ser engañosos…no para alguien como yo, cuya experiencia no deja espacio
a duda alguna… dígame Don Cástulo, con entera sinceridad ¿últimamente no ha
dormido bien ó me equívoco? (Don Cástulo
duda, sin responder aún) tranquilo, vuestra confianza estará a buen
resguardo conmigo; al igual que su confesor, quien se ocupa de su alma bajo la
promesa del secreto, yo cuidaré de su cuerpo, siendo fiel a mi voto de silencio
derivado de mi juramento Hipocrático.
DON CÁSTULO: (Reticente
aún, empieza a hablar en voz baja) Es que me apena tanto doctor…además no
se si el mío sea un padecimiento que su ciencia pueda curar.
RASPUTÍN: Habría que intentarlo por lo menos
Don Cástulo, la medicina ha avanzado mucho últimamente, veamos ¿cuáles son
vuestros síntomas?
DON CÁSTULO: ¡Ay doctor! (ahora tomando más confianza), mi padecimiento tiene nombre propio (baja un poco la voz como temiendo ser
escuchado) es una mujer…que digo mujer, un demonio, sí, ¡un demonio!, que
está siempre mirándome, vigilándome, llamándome para que caiga en la tentación
que me ofrece…
RASPUTÍN: Ya veo…su problema entonces es de
alcoba…su señora esposa, Doña Inés, ¿le ha reclamado alguna…falta? (Vuelve el rostro por un momento hacia el
lado contrario y sonríe burlonamente, gesticulando acerca de la posible
impotencia de Don Cástulo)
DON CÁSTULO: No, no (A punto de sonrojarse, se echa la bendición) mi querida esposa es
incapaz de hacer semejante…aberración (suspira
desalentado); además, desde que por el designio divino de Nuestro Señor, se
enteró de que su vientre jamás fructificaría, renunció por completo a mi
compañía…no me permite (gesticula
intentando ilustrar la cópula) tocarla, más que para acompañarle en sus
paseos…eso cuando su humor tiende a la mesura.
RASPUTÍN: Bueno, si no es su esposa…tal vez…
lo cual sería comprensible dada la necesidad biológica natural de nuestra especie
a encaminar la fuerza del instinto… ¿es acaso otra doncella?
DON CÁSTULO: ¡Dios no escuche vuestras
palabras¡…como todo buen cristiano, soy incapaz de semejante pecado contra el
sagrado sacramento del matrimonio…no comprendo como tienen cabida semejantes
ideas, en vuestro ilustrísimo cerebro Doctor Rasputín.
(Indignado, Don Cástulo se dispone a
marcharse)
RASPUTÍN: (un
tanto azorado por la huida inminente de Don Cástulo) ¡Espere Don Cástulo!
Es de humanos errar….y de buenos cristianos perdonar… ¿no me permitirá, al
menos, sin ninguna clase de honorarios, emitir un diagnóstico, una simple señal
que le dé luz en este aciago momento…?
DON CÁSTULO: (Dubitativo,
hablando para sí mismo) Pudiera ser…
(Dirigiéndose nuevamente a Rasputín)
tal vez vuestra presencia sea una señal del Señor; habéis aparecido en el
momento en que yo elevaba una suplica.
RASPUTÍN: ¿De verdad? (Se vuelve hacia el lado contrario, frotándose las manos y casi
triunfante, empieza a acicalarse con joyas invisibles, maquillaje y vestidos,
todo con connotaciones femeninas) pues entonces no cabe duda alguna; he
sido enviado por Dios, para liberarle de éste mal, como lo hizo Moisés con los
israelitas…ahora sí, Don Cástulo, confiéseme, sin reparos, cuál es la malévola
mujer que causa vuestro infortunio.
DON CÁSTULO: (como
si entrara en trance) ¡Salomé!...siempre en mis sueños…siempre mostrándome
su pecaminosa desnudez de descaradas formas…siempre sobre la cruz, llamándome,
insinuándose…¡Salomé! (pone una expresión
de evidente lascivia)
RASPUTÍN: (Poniéndose
la mano sobre el mentón como quien intentará dilucidar algo importante) No
hay duda…pesadillas recurrentes, mujer desnuda en posición …interesante,
delirios en la vigilia…Don Cástulo (dice
con evidente resolución), usted padece una afección mental, en apariencia
muy grave, pues en vuestra cabeza, se ha incrustado la piedra de la locura, y
es debido a ella, que esa mujer, Salomé, no le deja en paz ni de día ni de
noche…si me lo permite, y pone su salud en manos de éste desinteresado
servidor, fiel a mi juramento Hipocrático, me comprometo a extraerla a través
de una complicada y nada costosa intervención… a lo sumo lo que valdrían diez
terneritos, de los más pequeños…eso sí usted me lo permite.
DON CÁSTULO: Me pongo entonces en sus manos y en
las de Dios, quien es el que sin duda le ha enviado; los costos son lo de
menos, sabré compensar su noble oficio para conmigo.
RASPUTÍN: Así sea entonces, buen hombre;
traeré mis instrumentos quirúrgicos y practicaré de inmediato la
intervención (sale dando pequeños saltitos de alegría, mientras se mira en un espejo
imaginario. Don Cástulo alza su
mirada al cielo, se persigna y junta las manos como si estuviera orando)
ESCENA III
Al encenderse la luz,
aparecen en el centro del escenario una mesa circular y una silla al lado de
esta; al fondo, puede verse un paisaje campestre. De repente, un murmullo de
voces que se acercan empieza a escucharse de ambos lados e ingresan por el lado
derecho Mefistófeles en compañía de Sor Teresita y por el lado izquierdo, Rasputín,
con una maleta o recipiente transparente lleno de múltiples utensilios de
cocina, y a su lado entre temeroso y reflexivo, Don Cástulo. Los cuatro, vienen
embebidos en sus respectivas conversaciones, hasta que al llegar al lugar donde
se encuentran los muebles, parecen caer en cuenta de la presencia de los demás
y se detienen.
MEFISTÓFELES: Buen día hermanos, que la paz de
nuestro Señor sea con vosotros (Al decir
esto, azuza con su codo a Sor Teresita, que concentrada en la observación del
libro rojo, no ha advertido a los caminantes. Ella entonces, tras hacer una
venia juntando ambas manos con el libro entre ellas, vuelve a abrirlo)
DON CÁSTULO: Y con vosotros vuestra excelencia
RASPUTÍN: (Con
evidente premura, un tanto impaciente) ¡Que la paz esté con todos los
presentes!... Don Cástulo, tome asiento por favor (lo empuja hacia la silla, casi que lo sienta) vuestra urgencia no
da espera y el tiempo y el viento son propicios para que la intervención sea
exitosa.
MEFISTÓFELES: (Se
acerca un poco más, con visible interés en las palabras de Rasputín)
¡Ah! Es una verdadera sorpresa encontrar
un galeno, aquí, en medio de los campos que pronto fructificarán por la gracia
de Nuestro Padre, y más aún, a punto de iniciar el milagroso proceso de
curación de este honrado hombre, en el que seguramente la gracia divina le
asistirá y… del que por cierto no
sabemos su nombre…
DON CÁSTULO: Don Cás…
RASPUTÍN: (interrumpiendo)
Don Cástulo, es el nombre de mí (hace
énfasis en el posesivo) paciente, caballero prestante y generoso…bastante
generoso, que se ha puesto en mis manos para que le libere de sus
afecciones…así que, como comprenderéis, el tiempo es oro en este caso.
DON CÁSTULO: Si me lo permite, doctor Rasputín,
me gustaría contar en este momento con la presencia de estos servidores del
Señor, para que me acompañen durante este trance, me sentiría más
seguro…protegido por Nuestro Señor…eso si vuestra peregrinación permite un
descanso ¿qué decís?
(Rasputín y Mefistófeles se miran entre ellos
un tanto recelosos el uno del otro; pero luego, observan ambos la bolsa de Don
Cástulo, y Rasputín le da a entender a Mefistófeles que pueden repartir
ganancias si lo ayuda. Mefistófeles le echa entonces una mirada maliciosa a
Rasputín señalándole a Sor Teresita, y con una sonrisa satisfactoria de ambos,
todo queda pactado)
RASPUTÍN y MEFISTÓFELES: Por supuesto Don Cástulo, no hay
ningún problema.
MEFISTÓFELES: Más aún, ésta sierva de Dios que me
acompaña, Sor Teresita, estaría dispuesta a ofrecerle los cuidados necesarios
para que su recuperación sea pronta y satisfactoria Don Cástulo; no podría
quedar en mejores manos, las del doctor para que cure su cuerpo, y las de Sor
Teresita y aún las mías para reconfortar su espíritu.
RASPUTÍN: (apoyando
incisivamente a Mefistófeles) Ya ve, no hay nada de que preocuparse Don
Cástulo, en unos momentos habré extraído el elemento malsano que lo aleja de la
cordura y ésta humilde mujer se encargará de restablecerle, entregada en cuerpo
y alma a su cuidado ¿No es así Sor Teresita? (sorprendida, mira a Rasputín y luego a Mefistófeles, quien asiente
reiteradamente)
SOR TERESITA: Para he sido enviada… (Mefistófeles la mira indicándole que muestre
más su convicción) y ya que la voluntad del Señor, ha sido que hoy mi
camino se cruce con el de este buen cristiano, pondré todo mi amor y mi empeño
para satisfacerle en cuanto necesite.
DON CÁSTULO: ¡Dios es generoso!…doy las gracias a
todos vosotros por tan desinteresada obra… ¿podría vuestra excelencia darme su
bendición? (Mefistófeles traza la cruz y
levanta su botella en señal de brindar)
(Rasputín
deja en el suelo el recipiente, tomando
tan sólo un cuchillo grande y uno más pequeño. Después de manipular por unos momentos la cabeza de Don Cástulo,
observa el cuchillo grande y lo descarta, poniéndolo en la bolsa de dinero de
Don Cástulo; luego toma el pequeño y se dispone a hacer la incisión)
MEFISTÓFELES: Hermana, con solicitud, debe
adquirir el sacro conocimiento contenido en el volumen que le he entregado,
pues pronto deberá ponerlo en práctica en cumplimiento de su deber para con
Dios y con Don Cástulo.
SOR TERESITA: (poniéndose
el libro sobre la cabeza y apoyándose sobre la mesa un tanto angustiada)
¡ilumíname Señor!
(Aparición de la imagen pictórica. Tras unos
momentos la luz se apaga y un murmullo creciente de jadeos, risas apagadas,
obscenidades tiernas e invocación a dioses de diversas religiones empieza a
escucharse. Al llegar a cierto punto, en el centro se enciende una luz rojiza,
que enfoca la mesa. Bajo esta, la silla
se encuentra tumbada con las patas vueltas hacia el público. Sobre ella, reposa
una prenda de matrimonio, al lado de unas pinzas un tanto ensangrentadas. Del
lado izquierdo de la mesa se encuentra Rasputín sosteniendo la biblia y del
lado derecho Mefistófeles, haciendo lo propio con el libro rojo; solo se
advierten sus manos y parte del perfil de su rostro. Rasputín intenta poner la
biblia sobre la mesa, pero Mefistófeles lo impide al interponer el libro rojo,
de forma que uno sobre el otro forman una cruz; tras unos momentos de este
juego, la prenda rueda el suelo y la biblia queda sobre la mesa, bajo el libro
rojo, siempre conformando la figura de una cruz. Se escucha una exhalación de
descanso y se apagan las luces)
ESCENA IV
Se escuchan las notas
del himno cristiano del “Aleluya”. Del
lado izquierdo del escenario, al encenderse una luz púrpura, aparece
Mefistófeles; lleva puesta sobre su sotana, una bata negra, con el logo de
Playboy, que va sostenida por un cinturón rojo, del cual va prendida la bolsa
del mismo color, que antes llevara Sor Teresita ; en su mano sostiene una copa
rebosante de vino tinto. A su lado, ceñida por la cintura por Mefistófeles,
aparece una mujer cuyos rasgos, vestidos y accesorios, dejan entrever que se
trata de Rasputín; junto a ella, en el
suelo, descansa la bolsa de dinero de Don Cástulo, de la que sobresalen algunos
de los utensilios que otrora fueran usados por Rasputín. Con su mano izquierda,
sostiene el embudo que antes le sirviera de birrete, pero ahora lleno de flores
plásticas, mientras que la derecha, la lleva dentro de la bata de Mefistófeles.
MEFISTÓFELES: ¡Mirad! Ha crecido la luna y alcanzado su esplendor
de divina lumbrera a la par con nuestra misión, que empieza a prodigarnos con
sus más dulces pámpanos (atrae hacia sí a
la mujer, a quien llamaremos Lilith, hasta tenerla a pocos centímetros de su
rostro, como si fuera a besarla)
LILITH: Tenéis toda la razón mi querido
Mefisto; al mundo herido, necesitado de tan prontas curaciones, le hemos
hallado la infalible panacea, la comunión milagrosa a iguales dosis, de
ciencias y religiones.
(Del lado derecho del
escenario, se enciende una luz rojiza y aparecen Sor Teresita y Don Cástulo.
Él, está sentado sobre la silla que usada anteriormente durante la
intervención, de tal manera que su abdomen queda contra el espaldar de la
silla. Lleva desnuda la espalda, con visibles marcas de latigazos a lo largo de
ésta y su rostro vacila por momentos entre el placer y el sufrimiento. Sor
Teresita, quien lo sostiene con su mano izquierda por los cabellos, lleva
puesto un atuendo oscuro con tendencias entre gótico y sadomasoquista, pero
conserva su manto. En su mano derecha, lleva un látigo en alto, como si se
dispusiese a usarlo y su pierna
derecha también en alto, sobre la silla,
detrás de Don Cástulo, por lo que se ven, ahora más explícitamente, sus medias
con ligas)
SOR TERESITA: Amor y dolor, como nuestro Señor nos
lo enseñó; crecen en los campos y las ciudades la prole de estos animalitos de
Dios, que necesitan un pastor, alguien que les guie, les corrija, les
domestique…y son tan agradecidos (se acerca
al oído de Don Cástulo) ¿no es así? (Don
Cástulo asiente)
MEFISTÓFELES: Sabias palabras hermana…por eso
mismo, no podemos dejar a los pobres cristianos desamparados, tenemos que
sembrar los áridos campos de las tierras conocidas y las que aún están por
descubrir, con éste mensaje, ésta misión que nos llevará a arrancar cada mala
hierba…
LILITH: Cada dama y caballero que dude de la
sapiencia de nuestro juicio o se jacte del suyo, o aún peor, cometa el
imperdonable desatino de menguar su generosidad para con nuestra causa…
SOR TERESITA: Cada ovejita negra que pretenda irse
por un camino contrario al del rebaño…
DON CÁSTULO: Cada…
MEFISTÓFELES, LILITH Y
SOR TERESITA: (interrumpiendo, todos con los dedos índices
sobre los labios) Shhhhhh
SOR TERESITA: No es tiempo de hablar para los
corderitos (le besa en la frente a Don
Cástulo y le da tres golpecitos con el mango del látigo) primero los trucos
y luego el heno ¿entendido? (Don Cástulo
asiente sin dejar de mirarle y sonríe)
LILITH: (Llevándose
las manos al rostro entre sorprendida y contrariada) ¡Cómo hemos podido
olvidarlo! ¡Es inconcebible!
MEFISTÓFELES: ¿Qué olvido es el que referís?
LILITH: Nuestra obra…nuestra misión…nuestra
empresa (se abraza a Mefistófeles)
¡aún está innominada!
SOR TERESITA: Nuestra situación es pecaminosa (se acerca a Mefistófeles y a Lilith, y al chasquear los dedos, detrás
suyo acude Don Cástulo, posándose a sus pies) vuestra excelencia debe
purificar nuestra obra, a través del sacramento del bautismo ¡pronto!
(Mefistófeles, sin saber muy bien que hacer
levanta su copa en alto con notorio pesar por la bebida, pero a punto de
derramarla, se detiene)
MEFISTÓFELES: ¿Y el nombre?
(Lilith y Sor Teresita se miran con expresión
inquisitiva; poniéndose a lado y lado de Don Cástulo, entrelazan luego las
manos y empiezan a girar a su alrededor cantando “Mate bambú, materile, lire,
ró”. Al llegar a la parte de “queremos un angelito” lo varian en cambio por “queremos
un engendrito”)
LILITH: ¿Y qué nombre le pondremos,
materile, lire, ró?
SOR TERESITA: ¿Y que nombre le pondremos materile,
lire, ró?
DON CÁSTULO: (visiblemente
trastornado) inquirir…sumisión…inflingir…curación…
MEFISTÓFELES: (Con
voz triunfante) ¡Inquisición!
LILITH Y SOR TERESITA: ¡Ese nombre si nos gusta!
(Se hincan de rodillas y juntan las manos en
señal de oración. Mefistófeles entonces derrama un poco de la bebida sobre Don
Cástulo, da de beber a Lilith, luego a Sor Teresita y él termina el resto del
contenido)
MEFISTÓFELES: (En
tono ceremonioso y oscuro) Os doy la
bienvenida a la orden de la Santa Inquisición ¡venid!
(Lilith y Sor Teresita, se ponen a lado y
lado de Mefistófeles, quien levanta los brazos como en el momento de la
elevación,; luego las abraza a ambas, Sor Teresita vuelve a chasquear los dedos
y todos empiezan a tararear una sombría
canción de cuna. De fondo, se escucha la música de un carrusel o una caja de
música)
FIN
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