El Crítico
Mastica fuerte
son largos sus colmillos exhumados
truena los dedos
borra un pendiente de su larga lista
tres pozos negros
¿vendría bien dar una vuelta por el estudio?
vuelve a la página
declina a gusto
sobre su pira de cenizas.
viernes, 5 de diciembre de 2014
sábado, 29 de noviembre de 2014
Literatura
asexual
Decir que se sale a la
escena de las letras con escasas ambiciones es en sí misma una pretensión. Tal
vez, sin alardear tampoco de concienzudos realistas, ya no se apele a la
eternidad impresa (el mundo es otro desde que se ha puesto en circulación),
pero aún no rebasan la cuenta de las manos los que se aferran a la dignidad del
anonimato; de la privacidad sin glorias o con demasía de percances que pudiesen
(una vez a la venta) opacarla.
El cruento nudo con que
la industria editorial nos premia o nos fustiga, me recuerda el juego de
opciones reproductivas de la sabia naturaleza. Como balotas (¿o bolas?) los
aguerridos y contrariados machos, vuelan o nadan, corren o se arrastran, tras
la huella instigadora de sus más bajos sueños. Si tu karma solo dio para
mantis, en serio, disfruta el momento. Si el crédito se excedió hasta traerte
hombre…bueno, los cuarenta son una época óptima para iniciarse en la
jardinería.
Para quienes hayan
olvidado las lecciones de Ciencias de la escuela (algunos de los cuales ya
serán expertos en abonos y cubiertas para invernadero), la segunda vía de
encauzar la simiente puede resultar algo más sosa. En mi opinión, también mucho
más excelsa.
La reproducción asexual
tiene una riqueza subliminal incomparable. La dirección del viento, la cantidad
de luz, la temperatura y acidez del medio, son un espectro de imprecisiones con
más propiedades beatíficas que un molotov de afrodisiacos.
Con los libros ocurre
algo muy similar. Lo que doy en llamar “literatura sexual”, deviene de una
relación eminentemente mercantil, que cuenta además con un descarado voyerista,
que de cuando en cuando, le viene bien meter la mano: el editor. Experto en
aconsejar (cuenta con más credenciales que un psicólogo), cada cierto tiempo
renueva la carta astral de nuestro placer privado, y deviene, calentito, de la
cúspide de la creatividad de un consagrado (¿?) escritor, un best-seller. Lo
compras y accedes a la violación, o te haces el hara kiry y mandas por un
tiempo al diablo a tus conocidos de las fiestas.
La literatura asexual,
por tanto, sería una especie de regresión. No hablo de un misticismo literario
o un refinamiento misantrópico que nos deje con una biblioteca de rarezas y sin
un interlocutor: hablo de la capacidad de bastarnos, de tomarnos el tiempo de
probar, gustar y decidir. La regeneración, palabra clave entre los bendecidos
asexuados, equivaldría a una amplitud de lecturas no regulada por los precios,
los catálogos o los libreros insinceros (dime qué libro recomiendas…), y sí por
nuestras apetencias, obsesiones o curiosidades. Autosatisfacción garantizada.
La literatura asexual
es la vuelta a la intimidad con el libro. Con opción de desliz.
Encuadres
de Bergman
Inicia en un asalto
perdido. Cada rincón familiar, cada abalorio personal, son traídos en cirros de
un pasado concluyente.
El silencio de otros
sentidos es la recuperación de los ojos. Van, vienen, se fijan; intrépidos e
insistentes a la manera de las moscas. Ojos venidos de los fosos humanos, bajos
fondos de nuestro requerimiento.
La luz es una secuencia
de parpadeos. Puede decir “Tristeza” y aquejarte. Puede decir “Memoria” y arder
de nuevo en la mejilla. Puede decir “Amor” y mantenerte en la expresión
incorruptible.
La monocromía es la
versión de gala de los sentimientos. Sicológicamente retratado, el reparto es
investido según las porciones sumergidas en negro o resaltadas en blanco. La
belleza, más que de las facciones, proviene de gestos contraídos, de pliegues o
palabras a destiempo.
Novias perfectas,
vampiresas diurnas, doncellas retenidas en la desgracia de pasiones socialmente
indigeribles. Pasean por largas galerías de ídolos impávidos; trastornan playas
y jardines con la hiriente posesión de su cuerpo; vuelan bajo: aves tajantes
ceñidas al vapor de sus vestidos.
El lado masculino es
una sorpresa. La arrogancia venida a menos; la simpleza del ejecutante con diez
trajes idénticos en el mismo armario. Hay un notorio agrado por la
consideración de lo sublime.
Bergman es recurso,
recado, regalo de todas las navidades juntas.
La
llamada del sábado
Como es sordo el sonido
de las revelaciones, la aguja del fonógrafo se ha engreído conciencia.
Volverse, es volverse, encontrar el maridaje entre las líneas más claras de la
mano y el océano físico de las ondas que se cortan. La punta de acantilado de
la lengua sin ganas de lanzarse, sin motivos de peso para volver del fondo con
peces aún tibios; voluntarios para reproducir el milagro. tu…tu…tu
La carita hecha en
blanco, las mejillas rasposas. Una colección no sugerida de cajas de fósforos y
almanaques para contar el recorrido de la luna. Las puntas tensas de una cometa
mal ensayada, el diente de león de flores disipatorias; el mismo viento.
Las propiedades
genealógicas de nuestros perros, y los gatos que fueron creciendo como hojas no
caducas. Muertos que no conocimos y nos deslumbran; nos dan otros quince
minutos para imaginar vidas, viudas, huérfanos con mirada obstinada de cirios
ante la caja o las vicisitudes, o las diferencias, o los besos entre primos que
se marchan con el viajante, en el bolsillo con la esquina despegada bajo la
solapa.
Hilando, deshilando,
una granja de ovejeros a distancia; plantando estacas, silabeando sonidos,
tallando en un cayado el hijo inalcanzable a la heredad del cielo. Los pares de
ojos abiertos van estrellados en la mesa, en el cielo raso, en el reposo de los
muebles como esqueletos expuestos o cuerpos inconscientes en etapas anteriores.
Y la presencia, que es
una simulación en hielo; que se va desprendiendo en el avance del ruido que nos
lanza al principio, a la inseguridad del juicio al otro lado de la línea, del
satélite, del precipicio que hace las delicias de las niñas del call center a
la hora del almuerzo, o después, cuando tampoco resuelven las quejas.
Llega la hora y
volvemos a llamarnos por nuestros nombres. Veo desmontar la hoja de la máquina,
su cara afilada llena de cañones de pájaro de la prehistoria, todo a la
jabonera del abuelo. El cepillo de dientes como un gusanillo en el cañón doble
de mi boca.
Volverá a ser sábado.
La
herida
Toda curva, empieza en
una esquina. Ondea a sal, a lubricante, a liebre perseguida por lebreles. En la
última cueva disponible, no cabe más que una cuerda.
Cada mujer es un
sacrificio de lava. Cada mujer emergió de las entrañas sangrantes con vestidura
y rostro de despeñada. El tráfico del pecho, el racimo sediento, es una
alegoría de animal desangrado.
Calendario de ferias o
la maduración a la fuerza. El sueño órfico, piedrecitas de oro acurrucadas en
muslos de línea recta. El oficio nocturno de la minería, de la relojería del
adelanto. La puerta que no escucha, el llanto que no escucha, la muerte que no
escucha. La historia reducida a un orificio.
Espía y aduana en el
baño diario. Recorrido de forma correcta, sin un lapso de espejos, evitar el atascamiento de los ángeles.
El día en que la savia
sube, pensamiento e instinto son cercenados. Hay que pulir las uñas, colorear
las mejillas, fruncir fuerte los labios y esperar sentadas. La corrección es el
éxito de las generaciones posteriores.
Una entrada sonriente
lleva al baile opresivo. Instalada en el centro, la bailarina gira y gira con
gracia de engranaje, hasta que su cabeza toca el suelo. Es la hora triunfante
de la sustituta.
Ebrios de belleza, la
estelar es lanzada desde el balcón; convertida en cristales fácilmente
portables. Hay tanta razón en el largo recorrido hacia el suicidio.
En cuanto llega la
sequía, el jarrón es volcado. Las flores adosadas en el álbum de bonitas familias, ruegan porque la primavera
sea, por fin, infructuosa. No hay que darle más ruedo a los quebrantos.
La herida es una larga
curva, infinita, acusatoria.
Al
estar demasiado atento lo pierdes de vista
La salamandra con
mínimos recursos da cuenta de su pira. La piedra descartada se entrega en
sacrificio al agua. La flor eclosionada a medianoche da paso a la mañana. La
sorpresa del hombre detenido deja impotente al tiempo.
Si cortas el aire en
tiras, si lo das a morder irresuelto, será más digerible. Junto extraños
diálogos de insomnes, escarabajos blandos, para ascender a ese segundo piso.
Estamos impregnados de posibilidades; humo denso de formas boreales para cada
época del año.
Dos centímetros más y
darle alcance. Dos centímetros, y saber que estrechez y estrechar son sinónimos
que juegan al Samsara o al Tao según conviene. Su parte del árbol que crece a
la izquierda, traza una sombra fiera y asequible; un laberinto que espera ser
tragado. “Ábrete”, sería demasiado. Los vocablos precisos requieren largos
silencios.
“¡Cuando tiemblas estás
hecha de llama! ¡Cuando tiemblas estás hecha de llama!”. Verdades apiladas se
escapan de las manos. Tal vez, si tropezara con el descubrimiento. Tal vez, si
fuera capitán de corto alcance y no hablará de séptimos, de décimos, de
Virgilio y los doce trabajos que aguardan por su verbo realizarse.
Si se sienta y espera,
le enseñaré a cargar un cuerpo doce millas marítimas, sin que nadie le vea. Es
relativamente simple. Espalda con espalda, empezará a escurrirse, a entrar en
sus costillas subsumido en la composición primaria. No intente comprenderlo, ni
controlarlo. Es ese tipo de escarceos que llevan a embarcarse en la
colonización de otros planetas.
Buscar un justo,
olvidar el epigrama bajo sus uñas. Si se imagina con suficiente fuerza, la
selva lloverá fuera, será dentro, entrará en el compromiso de anunciarle el
giro de los pájaros muertos que llegan a aliviarle. Desista. Hasta los ruidos
se despojan de sus vidrios a un bocado de piel en su departamento.
La historia es la
reiteración de los creyentes. Reanudar las filas, las cuartillas, alimentar el
frágil fuego, nuestro pedazo de carretera. En otra época, remover a alguien ya
situado daría para sumarse al ADN del patíbulo; hoy se permite el mercado del
oxígeno y el tratamiento de señorita a una dulzura de setenta y cinco, antigua
oficinista.
¿Será este el Crac de nuestras
emociones? yo espero al menos algo de decencia; una implosión al estilo sonoro
de la democracia, o un escándalo promocionado como el del Big Bang. Hay que
correr la voz y ver el hundimiento de ambos lados.
La
casa: escena calcada del fondo en una refractaria
Con
los pies perdidos en algún lado de su purgatorio.
Eso pondría en lugar del acostumbrado e hipócrita tapete verde, que en
mayúscula dice “Bienvenido” o “Home Sweet Home” o alguna otra de tan terribles
barbaridades.
Calada, indecorosamente
calada. Fuera es siempre invierno y los paraguas están rotos a propósito. Elegí
paredes menudas, del grosor de una fotografía o una película; escuché decir que
los chinos o los japoneses (ya no recuerdo bien) tienen más privacidad para
“sus cosas” en los parques. Desdoro de tanta ritualidad al corriente de que el
resultado será el mismo.
En pleno celo ha venido
a visitarme. Pasa, como es costumbre, por el refrigerador vacío, por el relieve
irregular de las cortinas y el grabado artesanal de la puerta.
Del otro lado de mil
biombos, siento la agitación de su cuerpo. Me he dejado puesta solo una cinta
blanca alrededor del cabello recogido. Adivino que tendrá tiempo de desatarla.
Se deja hacer. Con
devoción, la camisa se sostiene de los hombros, pero termino por convencerla.
Los zapatos (de niño, así lo he pensado), ceden lugar a la desnudez beatífica y
blanda de los pies. Las prendas inferiores (pura apariencia) descienden con la
rigidez de quien se entrega.
Señala. Me señala.
Hay que tallar aquí,
aquí, aquí. Tantas cuerdas en su caja torácica, me hacen pulsar un instrumento
inabarcable. Puedo decirlo: “Ahora soy artista”.
Mis labios caen en
usted en desbandada. Las desinencias aprendidas a media tarde, durante lúdicas
clases secretas, ahora son examinadas. Sus uñas, como espadas recientes del
fuego, me ordenan el ascenso.
Si alguno ha recibido
lecciones de reanimación, pasa de largo. El ritmo es una elevación de vapores,
de sentidos, de sonidos. Sus palabras meteóricas, como islas misteriosas, me
colisionan. Cada cosa en su sitio Cada
cosa que parte Cada sol feo Cuando ya es imposible la retirada.
Es esta la casa que
llevo guardada en la perilla. Una mordaza que combina con los principios
honoríficos y los vecinos que llegan cada vez a preguntar.
Toda vez que se jacta
de su locura, pongo un mueble más en la casa. La cuestión es, si pierdo la
llave, ¿me ayudaría a encontrarla?
Post Mórtem
Podría funcionar como
literatura. Subirme a la cama, doblar las piernas, envolver las rodillas hasta
que pase la noche. Y no, no pensar. Le.
Antes de la víspera
fueron los sueños, y entonces las culpas no se contaban; no se traían puestas
como pedrería negra para el rosario sociopático de las tardes compartidas. Ah,
vanidad de mujeres.
La ternura disfraza el
horror de hacerse madre. Madre de veras, afirmo; de las que van con hijos por
la vida regalados, llevándoles de la mano, sin que ellos sepan muy bien a dónde,
pero van. Ese brazo es el destino que les salva.
Y decir, de qué. Antes
que amé, las regalías se fueron devastando entre ellas; eran animales
irreconocibles, afianzaban la única naturaleza que perduraría: la saciedad del
otro.
No alcanzo a ser tan
pequeña para hacerme a la manera precisa de sus ejecuciones. Sigo y subo, sin
decírmelo dos veces, porque las nubes se dispersan y en la mañana, ya no habrá
escalera.
No se que tanto tiempo
tome el juego, el puente, el obelisco, la rueda predicante de la amnesia que
sigue. Si la resaca persiste aún a punto de la alegría corriente, hagámonos un favor,
y en la mesa de enfrente, arruguemos la espalda. Temblémonos.
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