sábado, 29 de noviembre de 2014

La herida

Toda curva, empieza en una esquina. Ondea a sal, a lubricante, a liebre perseguida por lebreles. En la última cueva disponible, no cabe más que una cuerda.
Cada mujer es un sacrificio de lava. Cada mujer emergió de las entrañas sangrantes con vestidura y rostro de despeñada. El tráfico del pecho, el racimo sediento, es una alegoría de animal desangrado.
Calendario de ferias o la maduración a la fuerza. El sueño órfico, piedrecitas de oro acurrucadas en muslos de línea recta. El oficio nocturno de la minería, de la relojería del adelanto. La puerta que no escucha, el llanto que no escucha, la muerte que no escucha. La historia reducida a un orificio.
Espía y aduana en el baño diario. Recorrido de forma correcta, sin un lapso de espejos,  evitar el atascamiento de los ángeles.
El día en que la savia sube, pensamiento e instinto son cercenados. Hay que pulir las uñas, colorear las mejillas, fruncir fuerte los labios y esperar sentadas. La corrección es el éxito de las generaciones posteriores.
Una entrada sonriente lleva al baile opresivo. Instalada en el centro, la bailarina gira y gira con gracia de engranaje, hasta que su cabeza toca el suelo. Es la hora triunfante de la sustituta.
Ebrios de belleza, la estelar es lanzada desde el balcón; convertida en cristales fácilmente portables. Hay tanta razón en el largo recorrido hacia el suicidio.
En cuanto llega la sequía, el jarrón es volcado. Las flores adosadas en el álbum de  bonitas familias, ruegan porque la primavera sea, por fin, infructuosa. No hay que darle más ruedo a los quebrantos.
La herida es una larga curva, infinita, acusatoria.




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