Encuadres
de Bergman
Inicia en un asalto
perdido. Cada rincón familiar, cada abalorio personal, son traídos en cirros de
un pasado concluyente.
El silencio de otros
sentidos es la recuperación de los ojos. Van, vienen, se fijan; intrépidos e
insistentes a la manera de las moscas. Ojos venidos de los fosos humanos, bajos
fondos de nuestro requerimiento.
La luz es una secuencia
de parpadeos. Puede decir “Tristeza” y aquejarte. Puede decir “Memoria” y arder
de nuevo en la mejilla. Puede decir “Amor” y mantenerte en la expresión
incorruptible.
La monocromía es la
versión de gala de los sentimientos. Sicológicamente retratado, el reparto es
investido según las porciones sumergidas en negro o resaltadas en blanco. La
belleza, más que de las facciones, proviene de gestos contraídos, de pliegues o
palabras a destiempo.
Novias perfectas,
vampiresas diurnas, doncellas retenidas en la desgracia de pasiones socialmente
indigeribles. Pasean por largas galerías de ídolos impávidos; trastornan playas
y jardines con la hiriente posesión de su cuerpo; vuelan bajo: aves tajantes
ceñidas al vapor de sus vestidos.
El lado masculino es
una sorpresa. La arrogancia venida a menos; la simpleza del ejecutante con diez
trajes idénticos en el mismo armario. Hay un notorio agrado por la
consideración de lo sublime.
Bergman es recurso,
recado, regalo de todas las navidades juntas.
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