sábado, 29 de noviembre de 2014

Encuadres de Bergman

Inicia en un asalto perdido. Cada rincón familiar, cada abalorio personal, son traídos en cirros de un pasado concluyente.
El silencio de otros sentidos es la recuperación de los ojos. Van, vienen, se fijan; intrépidos e insistentes a la manera de las moscas. Ojos venidos de los fosos humanos, bajos fondos de nuestro requerimiento.
La luz es una secuencia de parpadeos. Puede decir “Tristeza” y aquejarte. Puede decir “Memoria” y arder de nuevo en la mejilla. Puede decir “Amor” y mantenerte en la expresión incorruptible.
La monocromía es la versión de gala de los sentimientos. Sicológicamente retratado, el reparto es investido según las porciones sumergidas en negro o resaltadas en blanco. La belleza, más que de las facciones, proviene de gestos contraídos, de pliegues o palabras a destiempo.
Novias perfectas, vampiresas diurnas, doncellas retenidas en la desgracia de pasiones socialmente indigeribles. Pasean por largas galerías de ídolos impávidos; trastornan playas y jardines con la hiriente posesión de su cuerpo; vuelan bajo: aves tajantes ceñidas al vapor de sus vestidos.
El lado masculino es una sorpresa. La arrogancia venida a menos; la simpleza del ejecutante con diez trajes idénticos en el mismo armario. Hay un notorio agrado por la consideración de lo sublime.

Bergman es recurso, recado, regalo de todas las navidades juntas.

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