sábado, 29 de noviembre de 2014

Post Mórtem

Podría funcionar como literatura. Subirme a la cama, doblar las piernas, envolver las rodillas hasta que pase la noche. Y no, no pensar. Le.
Antes de la víspera fueron los sueños, y entonces las culpas no se contaban; no se traían puestas como pedrería negra para el rosario sociopático de las tardes compartidas. Ah, vanidad de mujeres.
La ternura disfraza el horror de hacerse madre. Madre de veras, afirmo; de las que van con hijos por la vida regalados, llevándoles de la mano, sin que ellos sepan muy bien a dónde, pero van. Ese brazo es el destino que les salva.
Y decir, de qué. Antes que amé, las regalías se fueron devastando entre ellas; eran animales irreconocibles, afianzaban la única naturaleza que perduraría: la saciedad del otro.
No alcanzo a ser tan pequeña para hacerme a la manera precisa de sus ejecuciones. Sigo y subo, sin decírmelo dos veces, porque las nubes se dispersan y en la mañana, ya no habrá escalera.

No se que tanto tiempo tome el juego, el puente, el obelisco, la rueda predicante de la amnesia que sigue. Si la resaca persiste aún a punto de la alegría corriente, hagámonos un favor, y en la mesa de enfrente, arruguemos la espalda. Temblémonos.

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